Hoy se cumple un mes desde que ocho mujeres de la asociación Ve-la Luz llegaron a la madrileña Puerta del Sol, escenario del esperanzador despertar ciudadano de aquel lejano 15M, y acamparon, declarándose en huelga de hambre. Se han plantado, cansadas, agotadas, hartas e indignadas de que se prometa mucho pero se haga poco para erradicar la violencia machista.

Son mujeres que han sufrido la violencia machista de sus parejas y la violencia del circuito institucional (especialmente el judicial) que, en principio, debería protegerlas. O que han tenido a una familiar cercana que la ha sufrido. Como Martina, cuya hermana, Ana, fue asesinada el 11 de febrero de 2016 en Becerreá (Lugo) por su pareja, José Manuel Carballo Neira. Ana, que nunca había denunciado, sí había ido a asesorarse al Centro de la Mujer y a los servicios sociales para marcharse de su casa. En ese ir y venir fue tiroteada por su pareja en presencia de sus dos hijos. Es Martina la que se ha hecho cargo de sus sobrinos, que entonces tenían 16 y 17 años. Ahora son solo cuatro las que todavía aguantan durmiendo sobre el frío suelo de Sol mientras yo duermo calentita y cómoda todas las noches en mi cama, a más de 400 kilómetros de allí. Entre ellas, Martina. Y, como portavoz y a la cabeza, Gloria. Dicen que Gloria es muy conflictiva, que siempre está protestando y que va a su aire; que gasta malas formas, que no coordina las acciones de protesta de su asociación con el movimiento feminista, que no atiende a las explicaciones y promesas de quienes, desde las instituciones políticas, le piden paciencia para acometer cambios y mejoras en la protección de las víctimas de la violencia machista?

¿Pero qué estamos haciendo? Hay que despertar de este letargo, de esta anestesia ante el horror cotidiano, de ese mirar para otro lado. Estas mujeres, se reconozcan o no como feministas, están desesperadas y no tienen ni tiempo, ni energía para estrategias a largo plazo y están dando toda una lección de lucha para todas. Basta ya de cambalaches políticos, de estrategias electorales, de paños calientes, de palabras vacías, de gestos simbólicos. Parar la violencia machista, que no son sólo los asesinatos, es cuestión de vida o muerte. Y no valen ya más aplazamientos. Desde el feminismo se ha hecho mucho por desvelar, analizar y ponerle nombre a esta violencia.

Ya hace tiempo que fue el momento de aplicar todo ese caudal de conocimiento surgido de amargas experiencias. No podemos esperar más. La paciencia se ha agotado. Eso es lo que nos gritan las mujeres acampadas en Sol. Todas deberíamos estar con ellas ¿O acaso se nos ha agotado la empatía?