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Los dos rostros de la adolescencia

La adolescencia suele definirse como la transición de la infancia a la adultez. Comienza con una intensa liberación de hormonas que provocan cambios en todo el cuerpo, especialmente en el sistema reproductor, en el cerebro y resto del sistema nervioso. La vida social cambia y las relaciones interpersonales y sexuales pasan a tener una importancia creciente. Los adolescentes muestran pertenencia y compromiso respecto a su grupo y una mayor sensibilidad hacia el estatus, unida a deseos de destacar y distinguirse. Se enfrentan a presiones de compañeros y a expectativas sociales generales respecto a cómo se deben comportar. Deben aprender a interpretar señales emocionales y conductuales nuevas y sutiles.

Durante este período se da una gran contradicción. Por una parte, se es más fuerte, más ágil y se posee una gran capacidad y rapidez de razonamiento. Se desarrollan funciones mentales cada vez más complejas: planificación, flexibilidad, atención, memoria. Pero, por otra, es la época de la vida en la que se da la mayor mortalidad, dos veces mayor que en otras edades, debida a causas prevenibles como accidentes, homicidio o suicidio. Comienzan algunas conductas de riesgo para la salud y entre ellas la búsqueda de nuevas experiencias, a veces peligrosas, y el inicio de la adicción a las drogas.

Los adolescentes poseen más propensión a sufrir traumatismos y enfermedades de transmisión sexual. Son también más impulsivos y proclives a saltarse las normas sociales y realizar o ser víctimas de agresiones. La presencia de amigos o colegas aumenta la toma de decisiones arriesgadas. También son más fáciles los efectos de imitación por la presión del grupo.

Esta contradicción se atribuye a dos factores. El primero es una mayor sensibilidad y preferencia hacia las recompensas inmediatas y los estímulos sociales, de manera que los riesgos asociados a las consecuencias se minusvaloran o se ignoran. El segundo sería la falta de control sobre la conducta, es decir la dificultad o incapacidad para suprimir emociones, acciones y deseos inapropiados.

Durante esta etapa los aspectos afectivos relacionados con el placer y las gratificaciones son muy importantes y prevalecen sobre el autocontrol.

Una explicación biológica de la preferencia por la recompensa inmediata y la tendencia al riesgo sería el modelo de desequilibrio o de inmadurez, resultado de un diferente grado de desarrollo de distintas regiones cerebrales. Hay mayor actividad en el sistema cerebral relacionado con el placer y menor desarrollo del sistema cerebral relacionado con el control de impulsos. La adultez equilibraría estos dos sistemas.

Otros investigadores defienden, sin embargo, que el cerebro adolescente no es un cerebro inmaduro, desequilibrado o defectuoso, sino que prepara adecuadamente para cambios complejos en su vida social y dota de herramientas necesarias para la transición a la autonomía personal. Les dispone para afrontar retos por sí mismos, abrirse a la novedad, establecer su lugar en la jerarquía social, no hacer tanto caso de padres sino de compañeros y amigos, buscar pareja e independizarse.

El cerebro adolescente está preparado para los retos que durante millones de años afrontó la especie, muy anteriores y diferentes a los de la vida urbana y la sociedad moderna.

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