Hay algo que, tras las lluvias de estos días, podemos dar por seguro: a ninguno de los gerifaltes autonómicos o municipales de la última década se les han inundado sus innumerables garajes, los que no tenían antes de dedicarse a la política. Por poner un ejemplo. Sin embargo, no pueden decir lo mismo muchos murcianos que han construido sus viviendas en terrenos que los anteriores o sus subalternos autorizaron como urbanizables.

El fuerte y constante chirimiri que durante las últimas jornadas ha humedecido la faz de esta Región ha delimitado el mapa de la golfería. Allí donde hay una rambla que inunda una urbanización hay unos golfos que aprobaron el proyecto urbanístico, sean políticos o funcionarios, generalmente en comandita, y como ya sabemos, compañeros de safari en Sudáfrica o conmilitones en viajes de placer gratis total a Turquía cuando no paseantes forrados por las plazas de Bruselas. Toda esta panda gozante que se ha puesto las botas a nuestra costa y con nuestro beneplácito como votantes es la responsable de que cuando en Murcia caen cuatro gotas se desate una imagen de diluvio universal que no tendría razón de ser si los funcionarios municipales de urbanismo se hubieran dedicado a su oficio en vez de a coleccionar jamones en Navidad por agradecimiento de los promotores favorecidos.

La lluvia delimita el territorio de la golfería. Es completamente seguro que no hay un solo damnificado entre los que aprobaron la urbanización de los ramblizos como también es evidente a ojos cerrados que eso no pudo hacerse sino a cambio de comisiones y prebendas, algunas de las cuales han aflorado en casos como Novo Carthago o por el amigo Agueda, aunque todo esto es sólo la cresta de una ola mucho más encrespada.

La lluvia, en su inocente repiqueteo, marca estos días algunos de los territorios en que se dibujó la golfería. Allí donde se desborda el agua hay un rastro de que alguien se lo llevó calentito, al estilo egipcio. La planificación urbanística durante los últimos veinte años, es decir, la desplanificación, no está trufada de pequeñas anomalías sino que lo anómalo es el conjunto, pues no hay puntada sin hilo. Nada se dejó al albur de la legalidad, pues la legalidad eran ellos. Es decir, no perdonaron un euro. A la vista está, y la lluvia intensa y constante lo revela. Ellos, a cubierto, pero el efecto de sus fechorías se revela en espectaculares fotos que desvelan la tropelía. Las torrenteras no son casuales sino consecuencia de la depredación necesaria para que los mandamases de esta Región se hicieran ricos a nuestra costa. Agua para todos, menos para ellos, claro.