Todos acudimos a nuestros puestos de trabajo -creo- con la intención de llevarlo a cabo de la mejor manera posible. El gobernante gobierna, el vendedor vende, el limpiador limpia y el maestro enseña. Resumiendo, claro.

Esto que parece una perogrullada, no debería serlo tanto. El maestro enseña pero, ¿qué significa esto y qué excluye?

Evidentemente, el docente programa unos contenidos y unos trabajos que permitirán que sus alumnos logren ciertos objetivos didácticos, a tenor de unos criterios de evaluación (ahora la nueva legislación los llama ´estándares´).

Pero a lo largo del tiempo que el educador pasa frente a sus educandos algo de ellos debería también aprender.

Si un maestro no aprende de sus pupilos es que no hace bien su trabajo, o al menos no lo está haciendo de un modo total. La educación no es un camino unidireccional, sino una vía de doble sentido, un diálogo perpetuo, una charla institucionalizada en la que muchos contenidos van hacia los pupitres pero muchos otros viajan de vuelta al enseñante.

El niño es un lienzo en blanco, pero luminoso. En él se reflejan sentimientos, formas puras de entender la vida, ilusión y sobre todo, la inocencia, esa instancia tan necesaria para recordar quiénes somos. El maestro es una brújula pero que se ha de mover y guiar por el polo magnético de aquellos a los que se debe: los alumnos.

Acudir al aula no es solo abrir la boca para verter conceptos y sintagmas; también hay que abrir los oídos, el corazón y las manos para recibir. Para aprehender, para constatar que ese leve hilo de voz que nace de los que están ahí abajo tiene también un mensaje repleto de cositas interesantes.

Los alumnos conocen a una docena de profesores a lo largo de su educación primaria. De ellos sacarán en limpio lo mejor de cada cual. Los docentes pasamos por las mesas de cientos de alumnos a lo largo de los años. Saber diferenciar cada necesidad individual es, además de un reto, una oportunidad para tomar notas sobre matices, diferencias, especificidades. La diferencia, la multitud se ha de transformar en riqueza.

La enseñanza es aprender más que enseñar. Es un proyecto común. Dar y recibir no deberían ser tan distintos. Si la falta de humildad y un exceso de ego nos impiden ver esto, quizá tengamos que replantearnos en qué consiste nuestra tarea docente.