Si había alguna duda de que corren nuevos aires por nuestro Ayuntamiento, el pasado Día de Reyes éste escribidor de ustedes lo pudo comprobar fehacientemente. El pasado año, 2015, al término de la cabalgata real, me acerqué con mis hijos para que se hiciesen una foto con sus majestades en la puerta del Ayuntamiento. Me puse en la fila que improvisadamente se formó, esperando el turno con mis hijos. Avanzaba la cola, ya nos veíamos el Rey y un servidor las caras, tan sólo un aspirante a la foto delante de mi, y ¡zás!, cuando les tocaba a mis hijos, el rey, viéndome, se hizo el longui girando como si no se diese cuenta y se largó. Mis hijos me preguntaron porqué se iba, contestándoles que ese o esa era un rey malo.

Cuando me marchaba miré a dos pajes o pajas que estaban allí para pedirles que se hiciesen la dichosa foto, pero descaradamente se abrieron en un «yo no, por Dios, que mañana me la cargo con la jefa». Me fui sin foto.

Este año la escena se ha vuelto a reproducir, pero con resultado distinto. Los reyes, blanco, marrón y negro, se han fotografiado con todos los niños sin hacer distinciones de quien era el padre, a qué partido político pertenecía o si era de los que no renuncia a su derecho constitucional de opinar de los que comen del pesebre político que todos pagamos. Mi hija me preguntó: «Papá, ¿este año los reyes son buenos?» «Si hija, sí, ahora sí lo son». Me fui con la foto.

Y por si hay dudas de que son nuevos tiempos, ahí estuvo, sin miedos a la marabunta, la preciosa Blancanieves en lo alto de la carroza luciendo la mejor de sus sonrisas y expuesta valientemente a cualquier ira descontrolada. Oye, que sí, que otra no iba a ninguna parte sin guardaespaldas. Tiró caramelos, sonrisas y besos sin parar durante todo el desfile. De las tres recogí.

Bien, pero que muy bien?, guapísima, simpática y adorable? ¿Qué quien era Blancanieves?..., ¡ay!, no podía ser otra? ¡mi vicealcaldesa Ana Belén!..., aunque para este servidor, ya será por siempre jamás, como en el cuento, mi Blancanieves.

Cementerios. Hace unos años, en un cementerio cualquiera, acompañado de una autoridad municipal de incógnito, para dar tranquilidad a la mente torturada por el lugar donde descansarán estos huesos que les escriben, fui a pedir información de cómo iba el tema de los panteones, porque eso de pensar estar bajo tierra cuando todavía estás sobre ella, es un poco duro.

Allí nos atendió un fulano de tal, con cara de sepulturero antiguo y menos amigos. Me enseñó un panteón sencillo, de un cuerpo, y otro doble, para dos cuerpos. Me mostró un par de zonas, explicándome las bondades de una y otra: «Aquí le dará más el sol», «aquí tendrá usted más humedad»? Oye, que sí, que por un momento tuve la sensación de que aquello era un disfrute maravilloso en el que me lo iba a pasar genial cuando viviese allí. Vamos, que a punto estuve de decirle «me vengo ya»?, así que pasé al tema de los precios: «De eso hablamos en la oficina», me replicó?, y hasta allí nos fuimos.

Me dijo que el panteón doble costada nueve millones de pesetas, que los tenía que pagar allí mismo. Una cantidad ahora y otra al terminar de construir el panteón. Le pregunté si de eso se hacía alguna escritura ante notario, contestándome que no, que tan sólo se inscribía mi identidad en un libro que tenían de propietarios en el Cementerio.

No me pregunten por qué, porque es obvio, pero aquello me sonó a golfería. No digo yo que lo sea, pero me sonó a contubernio y aprovechamiento de dame y ya veré yo lo que hago con lo que me das. Fue mi apreciación, pero?, ¿cuál hubiese sido la suya, señor lector?, sobre todo cuando es un cementerio municipal. Esperaba que tuviese que ingresar en el Ayuntamiento el importe mediante una carta de pago, pero no, nada de eso?, el pago riguroso y contante se hacía en el mismo Cementerio con una simple nota en un registro.

¿Me puede usted dar por escrito todo esto?..., pregunté, respondiéndome a la vez que me alargaba la mano con un bolígrafo y un trozo de papel?, ¡apúnteselo usted mismo!

Oiga, ¿y dan factura...?

¡¡El panteón!!