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Soplos balsámicos

Ayer mi suerte cambió por completo y todo gracias a mi secador del pelo

Zombi, así es como ando desde hace un mes. He llegado a salir a la calle dos veces en zapatillas de andar por casa y ya he perdido la cuenta de los viajes en bus en los que me he embarcado con una teta fuera del tiesto, para gozo de muchos parroquianos y de alguna falsa beata. Ni cuenta me doy ya, como les ocurre a los fumadores profesionales, de que voy apestando al que a mi lado pasa o se queda, aunque no por culpa de la nicotina sino por el requesón que siempre descansa sobre mis hombros.

Un mes en el que me prometo cada día sentarme delante de la peluquera para que haga desaparecer la profunda y oscura raíz que tengo en el cogote, más larga que las raíces de un madroño centenario. No hay manera, voy tirando de coleta y explicando a la gente que llevo unas mechas californianas altas, aunque por las risitas a mi espalda intuyo que no cuela.

Son ya treinta los días que la ropa ha cambiado su rutina y ya no pasa ni por el detector de manchas (me quito las gafas cuando me visto o paso delante de un espejo) ni por el hierro caliente, así que la arruga es mi nuevo y único complemento. Y cuatro semanas eran también las que venía sufriendo de dolor de corazón al escuchar el llanto inconsolable de mi retoño, sin que ni paseos, bailes, silbiditos y muecas sirvieran para absolutamente nada.

Sin embargo ayer mi suerte cambió por completo y todo gracias a mi secador del pelo. Sí, sencillo, loco y eficaz. Por recomendación de unas amigas y en el mismo instante que mi pequeño pero chillón bebé estaba buscando una altísima e inexistente nota con sus pequeños pero potentes pulmones, enchufé el secador a velocidad máxima.

Lo hice por desesperación, ya que dudaba y mucho de la efectividad de la treta. Como una tonta me quedé cuando a los pocos segundos el nene cerró su boquita para abrir bien los ojos y escuchar calladito como si le estuvieran contando algún secreto de Estado. Tate, me dije, esto me va a sacar a mí del insomnio y quién sabe si también de la pobreza. Si vale para el niño puede que sirva también para la madre.

Efectivamente. Ahora uso el secador para todo, lo cual es muy práctico cuando se tiene una sola mano libre (la otra sujeta una hora tras otra al pequeñín). Así pues, quito las arrugas a la ropa con el secador del pelo; empujo las motas de polvo con el aire caliente y de paso caldeo la casa; mantengo la temperatura del café al tiempo que aparto las migas de pan; lavo y seco las hombreras del jersey sin quitármelo.

Sólo me falta averiguar cómo el secador puede evitar que haga topless involuntario al usar el transporte público y convencer a algún empresario con las nuevas usanzas del ´secapelo´.

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