Hasta en la sopa. Los representantes de menos de la mitad de los votantes catalanes han conseguido poner a este país en una situación inimaginable hace pocos años. Han logrado crear un problema ficticio (ahórrenme las explicaciones demagógicas que nos ofrecen los independentistas envolviendo con celofán cualquier argumentario de papanatas en un intento de enmascarar su propia mediocridad cuando tienen la desfachatez de hablar del ´problema catalán´) a partir de una crisis económica brutal y del travestismo de muchos políticos incapaces de afrontar sus responsabilidades cuando toca. Y los tiempos, en política, son muy importantes, como observamos con las carreras de última hora esta semana ante la crecida del dislate. El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, nos ha sorprendido a todos con el paso al frente dado en el instante en el que el Parlamento catalán anunciaba el inicio del proceso de su separación de España. Sus reuniones con los líderes de las demás formaciones han mandado un mensaje claro, como diáfanas han quedado las posturas de Pedro Sánchez y Albert Rivera. Pablo Iglesias, el cuarto en liza del próximo 20-D, tal vez esté precisamente más pendiente de estos comicios que del desafío soberanista. El órdago enviado desde Cataluña es para destruir el Estado y, en primer lugar, hay que proteger a la nación y, una vez hecho, abrir el debate para alcanzar los acuerdos que satisfagan a la inmensa mayoría con cambios de constitución, denominaciones de las regiones o lo que se quiera negociar. Pero todos dentro de esto que hemos dado en llamar España.

El pasado viernes conocíamos la enésima consecuencia de la mala gestión económica de un Gobierno a la deriva: El Servicio Catalán de Salud informaba a todas las farmacias de su territorio de que ya no disponía de más dinero para pagar la factura de los medicamentos (supera los 300 millones). Espero que muchos de los farmacéuticos sean separatistas, porque a la larga serán más felices con la falsa expectativa de tener una nación propia, aunque sigan sin cobrar la deuda.

El novelista y poeta británico Kingsley Amis dijo en sus años de madurez que, a partir de entonces, con poco tiempo de vida por delante, sólo leería «novelas que empiezan con la frase: ´Se escuchó un disparo´». Tal vez debamos imitar a este escritor y cada vez que comience un informativo de televisión con el mantra «El problema catalán....», tengamos que cambiar de programa hasta que vuelvan las noticias verdaderamente importantes, no las que a ellos les interesa hacernos creer que lo son.