Llamo a una compañía de seguros para darme de baja. Lo hago tras haber conseguido un número de teléfono al que llamar me sale gratis, para evitar el 902 que ellos te facilitan. Aún así, cuando deja de comunicar, responde una voz robotizada que despliega un menú de opciones que, tras escucharlo entero, no tienes claro cuál es la tuya. Tras adivinarla, la misma voz robotizada me pide mi DNI y el número de póliza. Se lo doy y la máquina me anuncia: «En breves momentos le pasaremos con un agente». Los breves momentos son más de diez minutos, pero aguanto. Una nueva voz, esta vez humana, se presenta y me pregunta el motivo de mi llamada, a pesar de que ya se lo había dicho a su ´compañera´ robotizada. También me pide mi DNI. «Le paso con el departamento de Calidad, que es el encargado de las bajas», dice. Paradójico. Y otros breves momentos eternos. La tercera compañera vuelve a reclamar mis datos y trata de que cambie de idea. La hora al teléfono y el cabreo le hicieron perder cualquier opción. No jueguen con nuetro tiempo. Es oro.