Como sabemos desde Philip K. Dick, ahora que los aedas cantaron el glorioso desembarco de Normandía, el III Reich ganó la guerra, o si quieren digo que los aliados la ganaron, pero los nazis no la perdieron. Pervive el nazismo desde mucho antes que las tropas de ocupación buscaran, para ampliar sus panoplias, a los fabricantes de los primeros misiles „Von Braun„, a los magos de la propaganda, a los mad doctors y sus gabinetes ominosos de experimentación y a los técnicos en interrogatorios extremos, que antes llamábamos, simple y llanamente, tortura.

No sólo lo decimos Dick y yo. También un autor reaccionario como Juan Manuel de Prada. Reaccionario (y en muchas cosas admirable) en el sentido literal de que reacciona ante lo que se supone valioso, generalmente asentado e indiscutible. Escribe Prada: «La democracia fue la ideología alternativa a los totalitarismos, a los que acabó derrotando (y, secreta y coquetamente, sintetizando)». Babeo y sigo leyendo.

Pero no hay más: tal vez le falta espacio, aunque yo tengo menos. Lo cierto de la condición humana es que una vez creado el monstruo, sólo puede derrotarlo otro monstruo, a la manera de King Kong que creció hasta poder enfrentarse a los dinosaurios de su isla. Así, Stalin fabricó más y más tanques y más y más brutalidad, hasta reunir un frío batallón de espectros blindados que doblegó en Kursk a otra combinación de máquinas espantosas. No quiero imaginarme cómo será la bestia que derrotará al yihadismo.

Churchill se alegraba de la pulverización de Dresde y los finos aviadores de la RAF le decían a Sebald que un bombardero cuesta como una instalación industrial media: no podían lanzar las bombas en el campo. Ya veo. Es verdad que ahora no hay cámaras de gas, sino entretenimiento y tetas a mansalva: se cazan más moscas con miel que con hiel, mientras que los financieros han sido elevados a la condición de raza superior. Pues a mí me parece que Botín tenía cara de gañán. Ganamos la guerra, pero aún no sabemos quiénes.

Otro día les hablo de los reaccionarios.