Salitre, madera y puchero. Pocos lugares sobre la piel de toro guardan el sabor, la nostalgia y la memoria de nuestra Algameca Chica. Pies descalzos, griterío de la zagalería, abuelos tranquilos en la puerta como centinelas del pasado, radio, botijo y matamoscas a la sombra de una siesta que se alarga hasta la promesa de la fresca. Marco de lo que fuimos y esencia de lo que nunca debemos dejar de ser. Pero es que hay lugares en los que uno desea perderse para reencontrarse. Y como cartagenero, la Algameca Chica es uno de mis favoritos.

Pasaron los tiempos en que las cubas del PSOE proporcionaban alguna ayuda, en forma de agua, a los vecinos de allí. También los tiempos en los que el PP lo hacía. Llegaron otros. En este caso, desgraciadamente, se confirma el dicho de que cualquier tiempo pasado fue mejor. Estos tiempos llegaron en forma de olvido. Desprecio incluso. En las agendas del PSOE y del PP la Algameca Chica se convirtió en un problema.

Tema tabú. Ya saben, no se puede hacer nada. Dura Lex, sed Lex (La ley es dura pero es ley). La ley de Costas, que si Defensa, que si pitos y flautas. Excusas. Nada se hizo. Nada se hace. Y el temor entre los vecinos es que algo hagan. Porque la amenaza de la Administración, como nube negra, se cierne sobre el presente y el futuro de la Algameca Chica, modo guillotina y, lo que es peor, sobre las ilusiones y esperanzas de decenas de familias que solo ruegan, visto lo visto, que se queden como están.

Existe constancia histórica, geográfica y descriptiva, de la existencia de construcciones y asentamientos en la Algameca Chica desde 1881. Siglo XIX, Cuba españolísima, nace el Abc, la Rusia de los zares, etc. Incluso ni existía el PP. En definitiva, solera no le falta. Para dar y regalar. A pesar de las bochornosas declaraciones de un responsable político, que se atrevió a decir que los vecinos de la Algameca Chica viven «al margen de la ley». Como si de delincuentes hablara. Qué paradoja. Justo el concejal cuyo chalet en la costa ocupaba portadas de prensa. Pero chalet de verdad, de gente pudiente, no como las humildes casas de madera de la gente honrada de la Algameca. A esos sí se les puede maltratar. Porque son honrados ciudadanos. Al del chalet costero, no.

Desfachateces aparte, hay sobrados instrumentos jurídicos y políticos para salvar la Algameca Chica. Principalmente porque este enclave es, histórica y socialmente, un conjunto único e irrepetible de incalculable valor cultural. Es patrimonio cultural de los cartageneros. Es más. Los ciudadanos que habitan la Algameca tienen derechos. Derecho a que sea reconocida su labor de mantenimiento de este enclave, generación tras generación. A no ser menospreciados continuamente por la Administración ante la falta de títulos constitutivos. A ser escuchados. Y lo que a mi juicio es de más valor: tienen obligaciones y no las rehúyen. Porque desean pagar impuestos, pero no les dejan. Quieren cumplir como todos los ciudadanos y pagar hasta por servicios que ni siquiera reciben. Pero no les dan ni la oportunidad.

Es perfectamente posible, mediante entidades de gestión de ámbito cultural y asociativo, la autogestión, incluso con la tutela y supervisión de la Administración. Crear un ente ad hoc, regular, poner sobre el papel el legado histórico, familiar y consuetudinario. Al servicio de las personas. Para eso están los políticos. Y la política. Para eso están las leyes. No vale como excusa la Ley. Las excepciones existen. Y deben ser para estos casos. Cuantas excepciones se han hecho para engordar los bolsillos de los que se excusan en la ley con el mayor cinismo. Pero, claro, aquí no hay pelotazo, ni reparto, ni ladrillo, ni Puerta Nueva, ni Novo Cartago. Aquí solo hay familias humildes y honradas, y no como dice el concejal anteriormente mencionado, vecinos al margen de la ley.

Cuánto cambiaría la cosa si hubiera buenas comisiones, metros edificables y permutas. Por eso, con la misma humildad y honradez con que los vecinos de la Algameca Chica defienden su hogar, Ciudadanos C´s Cartagena estará en esta batalla, junto a ellos. Porque estar con estos vecinos es estar del lado de los que menos pueden, estar del lado de los que no tienen armas para defenderse de la Administración. Es, en definitiva, estar del lado de la gente de carne y hueso, de las personas.