La Filmoteca Regional Francisco Rabal repone este próximo sábado La doce vita, en homenaje a Anita Ekberg, musa que fue de Federico Fellini que ha muerto en estos días en Roma.

El termómetro marcaba 34 grados a la sombra en Fregene, a unos treinta kilómetros de Roma. Allí en una villa se encontraba Fellini, cómodamente sentado, sonriente en medio de un ambiente decorado por su mujer, Giuletta Massina. Es curioso que a él, a quien le gustaba tanto poner en escena al diablo y su espectáculo, no siente otra cosa que una buena botella de agua de Colonia. La villa, con las persianas cerradas, ofrece la frescura de un iglú. Debía rodar una película que tenía pensada antes de hacer La dolce vita sobre la liberación del hombre frente al miedo a la muerte. El título previsto era El viaje de Mastorna. Era la historia de un hombre que llega en avión a una ciudad. Allí una serie de accidentes le hacen darse cuenta de que está muerto.

Transcurría el mes de abril de 1967. Fellini comenzaba el rodaje de El viaje de Mastorna. Para estar más próximo al lugar de trabajo había alquilado un apartamento en un hotel cerca de Roma. Eran las nueve de la tarde-noche. Su esposa, Giuletta, había salido fuera de casa. El famoso director italiano esperaba la llegada de una enfermera que tenía que ponerle una inyección. Cuando llega la sanitaria, efectúa su trabajo y se marcha. Momentos después Giuletta llama por teléfono y nadie responde. Insiste. El silencio por toda respuesta. Llama al portero y le pide que suba a ver si pasa algo. Este, en principio, se muestra reacio a despertar a Fellini; pero, por fin, accede, y al entrar al apartamento se encuentra al cineasta desvanecido en el suelo en medio de algunos elementos de la decoración de su película. Trasladado urgentemente a una clínica, los médicos piensan que su estado es grave. Fellini pasa quince días inconsciente. Cuando recobra el conocimiento, piensa que se va a morir y que su película le ha matado. La convalecencia le retiene mes y medio inactivo. Sin embargo, afirma: «A pesar de todo esto, haré la película».

Mientras esperaba poder continuar esta película, empezó a rodar, en septiembre, El Satiricón, de Petronio. Que fue un gran espectáculo, una gran pintura de lo que fue una civilización desconocida para la época. Quiso el maestro mostrar lo que era el espíritu pagano antes de que los dos mil años de cristianismo influyeran en el ser humano. El mundo pagano le fascinaba. ¡Cuando se piensa que en tres días murieron seis mil gladiadores en el Coliseo para divertir a los romanos!... Vuelve Fellini y su magia.