Una ola de frío alemán helará la región hasta el fin de semana». Así rezaba un titular de La Opinión del pasado 30 de diciembre. Toda una metáfora de lo que ocurre en esta región, en España y en gran parte de Europa desde hace bastante tiempo, particularmente desde mayo de 2010, aunque el origen habría que situarlo en la implantación del euro o, más correctamente, en Maastricht, cuyo Tratado es el tráiler de esta película de horror que vivimos. Efectivamente, el frío alemán hiela desde entonces la eurozona, congelando la actividad económica del continente, al que ha sumido en un paisaje de paro, recesión (o estancamiento)y desigualdad social como no se conocía desde los años 20 del pasado siglo, configurando un cuadro social catastrófico en los países deudores del sur europeo.

Una moneda única sin fiscalidad y presupuesto comunes. Unos bancos alemanes y de otros países acreedores prestando irresponsablemente a quienes desde el sur también solicitaban créditos de manera escasamente responsable. Y un banco central europeo que además de olvidar su compromiso con el empleo y el crecimiento, se dedica a casi regalar el dinero a la banca privada(privatizando de hecho la creación de moneda) para que ésta especule prestando a Gobiernos y familias. Con todos estos mimbres, diseñados en una cancillería alemana puesta al servicio de los mercados financieros, propios y ajenos, sólo se podría construir un gigantesco cesto de deuda que se ha convertido en inmanejable para la Europa periférica. Este año próximo España pagará, sólo en concepto de intereses, más de 35.000 millones de euros (que además también financian el oneroso rescate bancario), lo que explica, en un contexto de muy limitado crecimiento, la insuficiencia de recursos para la sanidad, la educación o la inversión pública.

Es en este contexto donde surge la crisis de Gobierno en una Grecia empobrecida y salvajemente golpeada por esta infernal vorágine de la deuda, y la subsiguiente posibilidad de que en unas semanas exista un gobierno, el de Syriza, que no se doblegue ante la dictadura financiera y los burócratas de Bruselas al servicio de aquélla. Ha bastado simplemente que esta organización de la izquierda helena anuncie que renegociará el pasivo y acabará con el austericidio para que todos los poderes realmente constituidos (FMI, Berlín, Bruselas) se hayan lanzado en tromba a amenazar a la ciudadanía griega en caso de que se le ocurra votar de manera inconveniente. En este sentido, el FMI ha anunciado la suspensión del pago del siguiente tramo de ayuda(en realidad crédito usurario acompañado de recortes sociales). Toda una manifestación de cómo los mercados y las instituciones que les sirven respetan el ejercicio de la democracia y la soberanía de los pueblos para elegir sin injerencias externas a quienes les han de gobernar.

La democracia acaba cuando las finanzas y la Merkel así lo deciden. El caso griego ilustra que todo el sur de Europa vive bajo ocupación germana, y que ésta no va a tolerar que sus banqueros no cobren lo prestado. Conforme se acerquen las elecciones en el país mediterráneo, asistiremos a una siembra de miedo para evitar que el pueblo griego elija con libertad.

Y si finalmente Syriza accediera al gobierno heleno, no habría que descartar su desestabilización a fin de sustituirlo por un Ejecutivo de tecnócratas a las órdenes de Berlín que restituyera el pago de la deuda y los recortes. Y es que la satisfacción de unos créditos en gran parte ilegítimos y la austeridad, dos caras de la misma moneda, son incompatibles con el sistema democrático. Recuperar éste en Grecia, España y Europa exige una replanteamiento de los mecanismos perversos que hicieron y hacen posible el saqueo de las arcas públicas de los Estados para salvar a los financieros, tanto acreedores como deudores. Al dictatorial frío alemán le ha salido una respondona y cálida Grecia que reivindica democracia. Después nos toca a nosotros, y así hasta que Europa se zafe de una vez por todas del mortal frío del austericidio alemán.