Millones de niños dormirán mañana inquietos e ilusionados, expectantes, ante el gran día que les espera. El día de Reyes provoca incluso que los no tan pequeños -los soberbios adultos- revivan momentáneamente algunos sentimientos que el paso del tiempo olvida y entierra. Una sensación que nos remonta a la infancia, aquella etapa única y especial, tan extraordinaria que sólo pasa una vez en la vida y que no vuelve jamás. Y que por su valor exclusivo nunca debería ser envilecida, pues no hay mayor crimen que las agresiones contra la niñez. Por eso duelen noticias -que la actualidad no debería arrinconar- como la atrocidad talibán contra 132 niños; por eso afligen datos como que una cuarta parte de las niñas del mundo sufren abusos sexuales, según Unicef. Por todo ello duelen los casos de perversión de la infancia: porque son atentados contra la inocencia. Si existe una verdad incontestable, a prueba de fe, esa es la verdad del niño, aún sin corromper, incólume a la depravación del hombre. Ellos son los reyes.