El 1 de mayo de 2003 un helicóptero se posa sobre la cubierta del portaaviones USS Abraham Lincoln engalanada para una ocasión especial. De él desciende el entonces presidente de los Estados Unidos, George W. Bush, disfrazado de piloto de aviación; entre vítores de la tripulación del navío en perfecta formación, sube a un estrado bien situado para que su imagen y la de una descomunal pancarta que cuelga del puente de mando queden encuadradas, pide silencio y miente.

Los hechos han demostrado que de lo que dijo Bush aquel día sólo se puede deducir que la misión se cumplió sólo para aquellos que hicieron un buen negocio con la guerra, y ni por asomo para los miles de soldados y civiles muertos, las familias destrozadas, las empresas arruinadas por la crisis económica y, por supuesto, los millones de habitantes de los países que supuestamente fueron a liberar los Gobiernos que formaron aquella infame coalición engendrada en las Azores. Once años después, el mundo sufre aquella atroz mentira.

Hace unos días, el presidente del Gobierno subió a un estrado y dio por cumplida su misión: «La crisis ya es historia». De nuevo, mintió. Un nuevo embuste que sumar a la larguísima lista que sustenta su gestión. Ni siquiera los empresarios a quienes iba dirigida la soflama le creyeron, a pesar de que han sido los principales beneficiarios de una administración cuyo máximo „y terrible„ logro ha sido someter a los españoles a una intolerable explotación laboral.

La realidad refuta las palabras de Rajoy. Y no sólo por las deplorables condiciones en las que se encuentra buena parte de la sociedad española, sino por las inciertas consecuencias que esta administración puede acarrear al desarrollo económico del país en los próximos años. La crisis no es historia, es la historia vigente, patente y, si nadie lo remedia, perdurable.

Motivos no faltan para pensar que nada de lo que asegura Rajoy se corresponde con esa terrible realidad que han de sufrir los españoles día a día. El 24% de la población activa sigue en paro; los que trabajan sufren una imparable pérdida de poder adquisitivo, a causa de una paulatina precarización de las condiciones laborales, con salarios bajos, contratos temporales y abaratamiento del despido; la deuda pública sigue desbocada, y ahora aumenta el déficit comercial que hasta hace unos meses era el único recurso para equilibrar el PIB; la exclusión social va en aumento y cada vez hay más pobres en España€

Rajoy cree haber cumplido su misión por el sencillo hecho de haber devuelto la confianza a los acreedores, quienes piensan que España ya dispone de capacidad para pagar sus deudas. A costa, claro, de privar a los ciudadanos de los servicios básicos para su bienestar, y sin pensar en el futuro.

Rajoy se encontró con que debía subir una cuesta demasiado empinada con un coche viejo y cargado de equipaje. Y en vez de cambiar de coche, prescindió de buena parte de la carga. De esa forma ha conseguido llegar a la cima, pero una vez ahí se dará cuenta de que se ha dejado abajo todas las provisiones necesarias para sobrevivir. Y a menos que consiga nuevos pertrechos, mucho me temo que la caída se producirá más pronto que tarde.

El PP ha construido de nuevo una enorme fantasía. Si durante las dos legislaturas de Aznar se gestó aquel ensalmo inmobiliario que luego ha resultado ser la tumba para el bienestar de todo un país, Rajoy y su banda de embaucadores se empeñan en crear la trampa perfecta. Los materiales son de sobra conocidos: recorte brutal del gasto en sanidad, educación, asistencia social, investigación, desempleo, etc., subida de los impuestos a las clases medias y bajas, reducción de salarios y costes sociales, liberalización comercial y privatización de servicios públicos. En definitiva se trata de aliviar de cargas al Estado para garantizar el pago de las deudas.

Todo ello ha permitido aparentemente fortalecer a las clases más pudientes, haciendo más ricos a los ricos, generar empleo, tan inestable como mal pagado, y recuperar la confianza de los inversores, convirtiendo a España en un país de saldo, muy atractivo para los especuladores. Un descomunal castillo de naipes tan frágil que cualquier retoque puede derrumbarlo.

Tanto que cualquiera que pretenda enmendar el daño causado corre el riesgo de sumir al país en una nueva, y quizás más terrible, crisis. Muy fino habrán de hilar quienes sucedan a la derecha en el Gobierno de España para que no les estalle en las manos esta bomba. Sobre todo cuando el único mensaje al que puede recurrir la izquierda si quiere recuperar el poder, es el de la recuperación de los servicios públicos sin mermar la capacidad financiera del Estado.

Pues no se trata tanto de retocar la administración para repartir mejor los recursos, cuanto de mejorarlos en función de las necesidades de la sociedad. La ciudadanía no sólo exige recuperar esos servicios, sino que funcionen bien. Y para eso se necesita una cantidad de dinero enorme que de algún sitio deberá salir. Si el camino es el de la fiscalidad, habrá que convencer al ciudadano de que si paga más es para obtener un rédito por su esfuerzo, y malamente se podrá justificar el aumento de los impuestos si los servicios públicos no mejoran su funcionamiento.

Esa es la trampa perfecta diseñada por la derecha: someter a sus rivales políticos a la imposibilidad de llevar a cabo sus programas, decepcionando una vez más a la ciudadanía. Quizás en ese sentido sí que Rajoy puede asegurar que ha cumplido su misión: la de convertir al país en un coto privado de la derecha que lidera, sin cuyo concurso sería imposible administrar un país con demasiadas carencias.