Siempre me ha llamado la atención que la creación de la mujer, según el mito cristiano, no la realidad de Darwin, consistiera en la extracción de un huesecillo sin importancia vital, una costilla. Pocas veces en la historia de la literatura y la ficción se le ha dado tan poca relevancia al origen de un personaje, menos aún si se supone que Eva es, ni más ni menos, la madre universal, esto es, el útero original del que todos provenimos. No fue creada, siempre según ese best seller llamado Biblia, a partir de ningún órgano fundamental, hígado, corazón, incluso un riñón. Se le da tan poca importancia que bastó un hueso, ni siquiera único, y que además suele romperse en cualquier pelea o brusco encontronazo de esos a los que se supone los machos estamos acostumbrados y que además nos hace más machos.

Aunque Calderón de la Barca, por boca del Alcalde de Zalamea, aconsejara no hablar mal de las mujeres, ni siquiera de la más humilde, que al fin y al cabo de ellas venimos, la historia está llena de menosprecios a la figura femenina. Es más, la mujer solo aparece cuando ha sido causante del mal.

Ahí están los ejemplos de la propia Eva, inventora, de alguna manera, del trabajo asalariado; Salomé, de la maligna seducción; Helena de Troya, de la guerra; o la esposa de Lot que se volvió estatua de sal, según dicen por cotilla, cuando no hizo sino querer averiguar por qué era expulsada de su hogar en Sodoma. Del resto, de las que inventaron la alfarería o la agricultura, no hay noticias. Y cuAndo se las tiene en cuenta es porque bien han adoptado el rol masculino como Agustina de Aragón o Juana de Arco, o bien, porque son mostradas como símbolo de sumisión y silencio. Y para ejemplos, la Virgen María con el corazón cuajado de puñales.

Es tal la asunción cultural del mal en la figura de la mujer, que por no haber, no hay ni insultos masculinos. Todos se refieren a la mujer adúltera, al aspecto femenino del hombre o a las malas „o buenas, según se mire„ costumbres de la madre del insultado, pero jamás a las cualidades de éste.

Algo se ha avanzado, qué duda cabe, y más desde el uso generalizado „en nuestro mundo desarrollado, eso sí, porque en el otro para qué vamos a hablar„ de los anticonceptivos, que han alejado a la mujer de la exclusiva práctica de ama de casa y criadora de niños. Pero aun así, seguimos escuchando eso de yo ayudo a mi mujer en casa, como si el hombrecito hiciera una concesión en un trabajo que, cuando menos, debiera ser compartido, y contemplamos los anuncios de detergentes dirigidos a las mujeres y los de coches, a los hombres.

Puestas así las cosas, mientras no apartemos de nuestra mente y costumbres esos denigrantes atavismos culturales forjados en torno a la mujer, propios de una sociedad patriarcal y por tanto opresiva, desgraciadamente, no son de extrañar los innumerables casos de violencia machista o los casi sesenta asesinatos de mujeres que llevamos en lo que va de año.

De momento, y aunque parezca una tontería, yo ya he desterrado de mi vocabulario la palabra coñazo.