n esa reunión que el PP ha celebrado en Extremadura para hablar de no se qué del buen gobierno que hay que ser inoportunos con la que está cayendo, Rajoy, pomposamente, ha dicho, entre otras cosas: «Voy a tomar la iniciativa personalmente y a promover medidas para que los casos de corrupción acaben siendo 'anécdotas' en la vida del país».

Pues qué bien. Miren por donde en Cáceres, lugar en el que se celebraba el acontecimiento, hubiese sido el sitio ideal para comenzar dándonos pistas de por donde van a ir esas medidas si, como algunos ingenuos esperaban aún queda gente limpia de corazón en el mundo hubiese despedido a Monago con todos los honores: lo podría haber nombrado Presidente Emérito de su partido en Extremadura, por ejemplo.

Pero, no, el señor Monago, que ha estado gastando a tutiplén el dinero público en múltiples viajes de carácter privado a Canarias (son de traca las primeras declaraciones de los senadores canarios al respecto y las posteriores cuando les dijeron que había que arropar el colega), ha salido en loor de multitud de esa reunión porque, en dos días, paso de los aplausos de sus correligionarios cuando dijo que «todos mis viajes privados los he pagado de mi bolsillo», a los vítores de los mismos cuando pregonó que «devolveré hasta el ultimo euro de lo gastado en los viajes». Que una cosa u otra. O aplausos en la negación o en la posterior declaración. Pero en los dos casos parece que no cabe.

Pero el señor Rajoy continua con su aparente autismo, con su no querer salir de la burbuja en la que se instaló hacen tiempo que le impide enterarse de lo que está ocurriendo, que es mucho y descorazonador para la ciudadanía que se pregunta como es posible que el Senado carezca del más mínimo mecanismo de control del gasto de sus señorías. Y no nos vale que la vicepresidenta nos diga que eso ha estado así siempre. Pues bien, ya es hora de que cambie. Es el momento en que sí hay que tomar medidas. Qué envidia sentimos cuando en una encuesta en Dinamarca, por ejemplo, los ciudadanos no son capaces de recordar un caso de corrupción y el primer ministro nos cuenta que los gastos del Parlamento son controlados céntimo a céntimo y los parlamentarios han de dar cuenta de sus gastos exhaustivamente, hasta el punto de que esas cuentas se han de publicar todos los meses para que los ciudadanos sepan en qué se gasta el dinero de sus impuestos.

Mientras tanto aquí, el presidente marea la perdiz, nos habla de llegar a pactos, publicar nuevas leyes y no sé cuantas cosas más, con lo fácil que seria prescindir de los 'listos' de la política.

La otra cara de la vida. Pero la vida no es solo eso: La Opinión publicaba ayer en portada la foto del desgarro, del dolor más intenso, de la desesperación ante lo irremediable. Representaba el tormento de todo un pueblo, Bullas, en la cara desencajada de una mujer rota por el desconsuelo de la pérdida de alguien amado. Sí, la foto de Efe/Marcial Guillén es estremecedora. Una foto que nos duele a todos porque todos compartimos la desesperanza de muchas, muchos, de los habitantes de Bullas; de todos ellos diríamos, porque en una ciudad tan pequeña o son familiares o se conocen, compartiendo muchos momentos de alegría y de tristeza. Y esta tristeza se presenta infinita porque el dolor se agranda con lo inesperado.

Qué importan ahora las causas, aunque hay que averiguarlas; lo que importa es sentirnos junto a la colectividad que sufre la pérdida de catorce de sus miembros.

Dicen que el tiempo no duerme los grandes dolores, que solo los adormece. Eso es lo que hemos de desear para todos los que en estos momentos experimentan tanto desgarro.