A Concha Martín, con mi afecto y respeto intelectual

Hace un mes que no sabíamos nada de ti. Ni Alfonso, ni Pascual, ni Juani, ni Gonzalo. Nadie en la plaza de La Alberca sabía nada de ti. Sólo que te iban a operar, pero nada de tu enfermedad, nada de ti, ni de Concha, tu mujer. Les dije: «pues la semana que viene llamaré a ver cómo se encuentra». Y mira por dónde la semana que viene ya será tarde. Joder, qué golpe tan bajo y tan del rayo, tan rápido y tan inesperado, por cruel y porque me arrebata de una persona entrañable, de un sentido amigo.

Y ahora quién me da lecciones de independencia, para ser más libre aún, si es que eso cabe en la libertad que anhelamos. Con quién me tomo el café y aquellas charlas inolvidables, ahora en la plaza, aunque fuera de vez en cuando, en ese lugar tan popular donde tú, el presidente del Consejo Económico y Social y catedrático de Derecho, el amigo incorruptible, lúcido y sabio, mientras desayunábamos. ¿Con quién hablo yo ahora de la racionalidad de la economía, la política y la universidad?

A estas horas todo es oscuro, porque la noticia ya aparece en los diarios y porque nosotros nos sentimos un poco más solos. De buen seguro, Alfonso, tu viejo amigo, y los demás, no te olvidaremos nunca. Tu presencia, inmediata, vital, rigurosa, concertada entre una fina ironía, para hacer la vida más amable, y tu desprecio a la vulgaridad, tú sentido de carácter de hombre digno, enclavado en la verdad como se mantiene un árbol, desde las raíces, tu respeto y tu tendencia a convivir con todas las clases sociales y todas las fuerzas políticas, conformadas en ti las virtudes públicas como norma de esa convivencia y de tu propia vida, sellarán el recuerdo mientras vivamos de quienes te conocemos bien.

Ay, mi buen amigo Tono. Me faltó contarte mi viaje a Nápoles. No llamé a tu cuñado porque iba de trabajo y de turismo, en esas combinaciones que hacemos los profesores cuando vamos al extranjero. Me faltó contarte lo que pude ver en la Campania (Nápoles, la Costa Amalfitana, Sorrento, Capri, Pompeya, o el Vesubio siempre como paisaje de aquellos hermosos lugares boscosos, de acantilados llenos de flores y de luz, bañados por el tirreno Mediterráneo que tú bien conocías. No me ha dado tiempo de verte porque tampoco sabía que una enfermedad pudiera contigo, que eras tan fuerte como un roble; eso me creía y por lo que habíamos quedado, cuando me jubilara, en desayunar todos los días.

Te has ido en silencio, en el silencio de esa verdadera historia tuya, personal, el silencio de la templanza, sin saber nosotros que también sería para evitar nuestro sufrimiento, el de esos amigos de una plaza por donde veíamos el mundo de una mañana llena de la luz de Murcia, conquistada por unos amigos de rostro cálido, como lo eras tú. Y ahora, eso sí, en el momento que escribo la noticia, todo se ha quedado mudo. Y nos queda tan sólo la palabra asombrada: Tono, Tono Reverte ya no volverá a decirnos que la plaza es un buen lugar para dejar un rato el trabajo y sellar un poco más la amistad de tantos amigos que te echaremos de menos.

Y, ahora, sin oírte, sin escuchar tus sabios consejos para que la vida tenga ese menester de la libertad y la independencia que tú has vivido y explicabas tan bien, estaremos mudos un tiempo, aunque seguirás entre nosotros, en aquel mostrador de acero que es el templete de vidas. Y será así, porque no existirá el olvido y hablaremos de ti, a pesar de que te echaremos de menos. Y yo, todos los días, cuando vaya de La Alberca a Santo Ángel y pase por tu casa amarilla y tus pinos centenarios de la calle de La Paz (hermoso nombre para el recuerdo de quien vivió en ella), sabré que tuve el honor de conocer a un amigo inteligente y bueno, que tenía como norma la independencia con la que se ganaba la libertad y el respeto con el que ahora se te recuerda. Aunque ya no me esperes para desayunar en la garita de Pascual para tomar un café y repasar el mundo, nuestro mundo.