Avanzó hasta llegar a la biblioteca, un enorme edificio cuyo interior era prácticamente diáfano, completamente blanco y donde apenas había unas cuantas sillas. Al sentarse, emergía la imagen de una pantalla que no se podía palpar, pero que seguía las instrucciones de los dedos en el aire. Luke trabajaba allí desde que un sorteo entre miles de aspirantes con su misma titulación que sacaron un diez en la prueba final le asignó el puesto a él. Era graduado en Historia de España-especialidad primer cuarto del siglo XXI. Ocupó el asiento de siempre y se desplegó la pantalla. Navegó por ella y revisó los múltiples casos de corrupción que estallaron esos años. Pensó en cómo había cambiado su país, el mundo. Ya no existían los Gobiernos. No había elecciones. Los comportamientos humanos se regían por leyes que se establecían en función de los resultados de encuestas que se respondían a través de una aplicación de obligatoria descarga y de uso forzoso. Un pitido le sacó de sus divagaciones. Abrió su terminal y se encontró una de esas encuestas. «¿Está a favor de la pena de muerte?». No lo pensó dos veces y respondió: «Sí».