Una mujer marroquí de 32 años decide atravesar la frontera para dar a luz a sus cuatro hijos que había gestado para que nacieran en Ceuta, en territorio español, porque consideraba que era una garantía de que pudieran sobrevivir. Es como si sobrepasara el límite de la muerte a la vida, la emigración para proteger a sus hijos eliminando la barrera existente entre dos mundos. ¿Se plantearía, y luego qué? Quizás no, quizás solo le movió la supervivencia de sus hijos sin pensar en las consecuencias o en los días de después. Pero el instinto de protección de una madre es tan fuerte que se niega a medir lo que considera superfluo. Recuerden el caso reciente de la bebé cuyos padres la arrojaron a la patera en busca de una nueva vida lejos de su país y ellos no pudieron saltar a la embarcación. Si tiene toda la vida por delante, hay que alejarla de las duras penurias para intentar darle mayores oportunidades. Quizás pensaran en los estudios que podría cursar de mayor, en el futuro que le depararía un país abierto, moderno y libre que pusiera un marco más idóneo para el desarrollo de su hija. Pero a ellos se les escapó, se quedaron en tierra y sufrieron más la travesía que si la hubieran realizado junto a la pequeña. El arrojo de esos padres da escalofríos.