Los obispos están molestos con el Gobierno por la retirada de la reforma de la ley del aborto porque, según ellos, con esta retirada el Gobierno del PP renuncia a la protección de ´la vida humana naciente´, lo que equivale a alinearse en las filas del satánico marxismo. Nos queda la sospecha de si, en realidad, es a los obispos, cuando emiten este tipo de sentencias, a quienes hay que incluir en las filas del marxismo, pero no de Karl sino de Groucho. El caso es que los señores obispos hacen lo que creen que es su trabajo que, por supuesto, está muy por encima de la política y consideran que la retirada del proyecto se debe a ´cálculos políticos´.

La renuncia a la citada ley tuvo como consecuencia lógica la dimisión de Ruiz Gallardón. Su gesto debió de sorprender a algunos por inusual en un país en el que no dimite nadie, si bien no hay que compadecer ni admirar al dimisionado porque no se ha ido, como muchos, al paro sino que ha ido a caer, no por casualidad, sobre un muelle colchón de 8.500 euros mensuales que le reporta su inmediata pertenencia a uno de los múltiples Consejos que dan cobijo a políticos desubicados. Para ser precisa, Gallardón ha pasado a formar parte del Consejo Consultivo de la Comunidad de Madrid como expresidente de la misma, en calidad de lo cual figura también otro ilustre de la política, Joaquín Leguina. Y para más precisión, los 8.500 euros son brutos, aunque vitalicios, además de compatibles con cualquier otra actividad profesional.

Ahora que sabemos que Gallardón no está en la calle, muchos, es decir, algunos, ya más tranquilos, podrán ver reflejadas en él las esencias de la ultraderecha española que sobrevive con más pena que gloria en las filas del PP, una ultraderecha que ve frustradas una y otra vez sus aspiraciones de esa España Católica, Una, Grande y Libre que en el PP se le promete pero que, al final, se alimenta sólo de chapas, de boinas rojas carcomidas por la polilla y de viejas reliquias de mercadillo. Qué triste. Y todo por meros cálculos políticos. Yo, de ellos, me pondría en serio a la creación de un partido que me representara y me respetara, un partido de ultraderecha como debe ser, como los de toda la vida, un partido con las ideas claras y las intenciones firmes. Pero seguramente no lo harán y acabarán perdonando la traición conjunta de Rajoy y de esos marxistas que están en el Gobierno porque la unión hace la fuerza y, al fin y al cabo, nadie es perfecto. Los políticos pecadores se confesarán, se arrepentirán, cumplirán la penitencia y los obispos perdonarán a sus pecadores, como Dios manda.

Lo que me preocupa es que también desde las filas del feminismo se han alzado voces, estas de celebración de una victoria, ofreciendo la misma explicación, la de la ´oportunidad política´. Yo, en verdad, no sé qué pensar. Si fuera por oportunidad política, el Gobierno entero y también la oposición de turno, el PSOE, se habrían afiliado a Podemos en vez de andar con ensayos que sólo prolongan su agonía.

No cabe duda que cuando se habla de ´oportunidad política´ se hace en modo peyorativo, tanto desde la ultraderecha como desde la izquierda, incluido el feminismo, lo cual no debe extrañarnos en el contexto actual en el que lo político se ha convertido en sinónimo de corrupción. Sin embargo, y por no repetir la obviedad de que todo es político, yo no entiendo qué cálculos ha llevado al inescrutable Rajoy a dar marcha atrás.

Puedo estar equivocada, pero no creo que la aprobación de la dichosa ley del aborto hubiera sido causa suficiente para que el PP perdiera unas elecciones. Las perderá, espero, pero por otras causas. Las perderá sobre todo porque estamos hartos no ya sólo de políticos corruptos sino de un sistema que apesta y que necesita una revisión urgente.

Si el hartazgo de la calle se tradujera en las urnas, los políticos del sistema, esos a los que desde Podemos denominan ´la casta´, no tendrían más oportunidades. La democracia, que parece haber sido inventada en las sedes del PP o en las del PSOE, ha sido utilizada como escudo por unos y otros para esconder sus vergüenzas y sistemáticamente desviada para garantizar la perpetuación de los mismos en el poder. Pero ese escudo ya no los protege y sus ´cálculos políticos´ tampoco parece que puedan salvarlos. Es hora de que la democracia empiece a proteger a sus auténticos dueños, los ciudadanos.