La Semana Europea de la Movilidad es ya un clásico en el movimiento que toda Europa está emprendiendo, lenta pero imparablemente, hacia una movilidad urbana más consciente y más sostenible.

Ciudades y ciudadanos de todo el continente usan esta semana para reflexionar, para disfrutar y para reivindicar un tipo de movilidad con la que las ciudades se reconviertan en un ente más sensato. Ciudades que sirvan para ser vividas, exploradas, usadas y compartidas. Ciudades inteligentes, con bicicletas, con un esquema mucho más peatonal, con aceras sin interferencias, con conectividad, con trasporte público frecuente y de calidad. Ciudades en las que se respire, se ande y se conviva. También ciudades no segregadas, con potencia en sus espacios públicos, multifuncionales, que combinen los edificios oficiales donde parar a hacer una gestión, con los comercios donde ya de paso hacer la compra y los servicios que a lo mejor han sido el objeto del desplazamiento.

La Semana Europea de la Movilidad que se celebra durante estos días es un excelente momento para pensar en todas estas cosas. De entre las numerosas propuestas para esta semana de instituciones, organizaciones y municipios de toda la región, me atrae particularmente la idea del Ciclovida que organiza la Oficina de la Bicicleta de la concejalía de Medio Ambiente de Murcia, una actividad con un fuerte componente participativo y ciudadano en la que durante un día, este año en el barrio del Carmen, la calle estará tomada por la fiesta de la movilidad sostenible y miles de vecinos, con la excusa de un divertido día de actividad dominical en familia, pueden comprobar cómo de bien funcionan unas calles amables en las que personas y las ruedas de la bicicleta toman el protagonismo.

Y es que está claro que el futuro de la movilidad urbana estará compuesto de peatonalidad, bicicletas, tranvías, metros y aparcamientos disuasorios, o de lo contrario las ciudades quedarán, antes o después, conceptual y físicamente colapsadas. No hay más que asomarse a ciudades de nuestra misma escala y similares condiciones en nuestro entorno europeo para comprobar cómo funciona mejor una ciudad en la que las políticas de la movilidad giran hacia lo sostenible.

Lo malo es que aún no parecen vislumbrarse soluciones generales o quizás una voluntad generalizada para aplicar las soluciones parciales ya conocidas. Pero lo bueno es que parece que ya se va perfilando un diagnóstico compartido acerca de que las ciudades son lo que son y tienen los límites que tienen, y de que en todo este escenario la bicicleta se nos presenta „más allá de lo ingenuo o lo romántico, mucho más allá de lo utópico„ no solamente como un medio amable y sano de disfrutar de la vida, ni sólo como una forma de dejar de emitir nuestros kilos de gases invernadero a la atmósfera, sino sobre todo como una alternativa contrastada al menos para la movilidad de corto recorrido.