Lo que me invadió detrás de la cortinilla el 25 de mayo fue una sensación de total impotencia e injusticia. En función de unas incompletas ideologías iba a participar, por primera vez, en una partitocracia que nada tiene que ver con lo que estudié año tras año y que se definía como soberanía nacional. ¿Cómo vamos a tener claro el valor y el sentido del voto si cada partido nos dice a quién tenemos que dárselo? ¿Cómo explicar que realmente no estamos eligiendo a nuestros gobernantes? Con múltiples casos de corrupción a sus espaldas, la casta se tapa las vergüenzas y juega al «y tú más», que en muchos casos sólo lleva a la distracción ciudadana de las verdaderas exigencias políticas. Los partidos han pasado de ser instrumentos a ser gestores de la ´movida´ sociopolítica en nuestro nombre y sin autorización. Después de 36 años, ¡queremos elegir! y hacerlo de verdad, no a medias. La solución es muy fácil: cambiar la Ley Electoral y tener las ansiadas listas abiertas, lo que se resume en el famoso lema de ¡democracia real! que impera en la calle. El problema se encuentra en los votados y no en los votantes. No les interesa que lo que depende únicamente de nosotros realmente no dependa de ellos.