Lo que está ocurriendo con el ébola pone una vez más de manifiesto algo que se ha denunciado una y otra vez sobre todo desde la izquierda aunque, a la vista está, sin demasiado éxito.

También en esto de la salud hay clases, y si la industria farmacéutica investiga con tesón cualquier enfermedad, por nimia que sea, de los países ricos, descuida aquellas cuyo combate no va a serle rentable económicamente.

Enfermedades como las coronarias, la obesidad, el cáncer y otras afortunadamente mucho menos graves se llevan la parte del león del presupuesto de los laboratorios dedicado a investigación y desarrollo.

Sin embargo, las endémicas de los países en desarrollo o cualquier extraño brote que pueda surgir de pronto no merecen la necesaria atención, por virulento que sea, a menos que el mundo rico se vea de pronto amenazado.

Lo expresó así la directora general adjunta de la Organización Mundial de la Salud, Marie-Paule Kieny: «Es un fallo del mercado, porque es una enfermedad típica de gente pobre de países pobres». Es lo que ocurre, aquí como en tantas otras cosas, por dejar que el mercado lo decida todo. Los Estados se desentienden también y dejan que actúe en el mejor de los casos la beneficencia.

Así hemos visto cómo el cuidado de los enfermos en África y otras partes del mundo dependen muchas veces del voluntariado y la caridad pública.

Cuando se acusa a los laboratorios de cobrar precios que se consideran abusivos por muchos medicamentos que desarrollan, éstos siempre argumentan que los márgenes de beneficio obtenidos les permiten seguir investigando nuevos fármacos.

No explican que una buena parte del presupuesto se dedica no sólo a engrosar los bolsillos de los accionistas, a quienes sólo parecen preocuparles los márgenes de beneficio, sino también a la publicidad de sus productos.

También a pagar a los grupos de presión que actúan a su servicio para que las legislaciones de los países donde operan sean lo más favorables posibles a sus intereses económicos.

Y cuando de pronto una epidemia como la del sida merece tanta atención y tantas galas benéficas, no es por sus horribles estragos en África, sino sobre todo por el hecho de que muchos de los contagiados fuesen personas muy conocidas del mundo del arte y de los espectáculos.

Personas además blancas porque, ¿se imagina uno que en Europa o Norteamérica no se hubiese reaccionado con la más extrema urgencia ante una fiebre viral que se hubiese llevado la vida de tantas personas como ha hecho hasta ahora el ébola?

El presupuesto mundial dedicado a enfermedades típicas de los países pobres totalizó unos 3.200 millones de dólares en 2012, dos tercios de los cuales procedían del sector público y sólo un 16 por ciento lo aportaron los propios laboratorios.

Ese mismo año, el gasto mundial en armamento fue de cerca de 1.76 billones de dólares.

Y no hay que olvidar de paso que si desde que se identificó el ébola en 1976 han muerto más de 2.400 personas de esa enfermedad, también lo han hecho 300.000 debido a la malaria y 600.000 por tuberculosis.