Aunque Juan Cruz y yo mismo hemos atribuido a Unamuno la frase «¡Qué país, Miquelarena!», he descubierto que es Iñaqui Anasagasti quien ofrece una veraz información sobre ella. Dice Anasagasti que pasó cuando Pedro Mourlane despedía a su amigo Jacinto Miquelarena en la estación y oyeron a un coronel por una de las ventanillas del tren ordenando a uno de sus soldados: «Corre a la cantina y que te den una guindilla picante». El soldado salió corriendo y, de pronto, se escuchó la voz del coronel que vociferaba: «Y que pique mucho, que si no, te la voy a meter por el trasero». Aquel exabrupto le hizo exclamar a Mourlane: «¡Qué país, Miquelarena, que país!». La frase se hizo famosa, y se incorporó como muletilla jocosa en las tertulias de la época que, con ese estribillo, terminaban los comentarios más críticos de la vida española.

Pues eso: «¡Qué país, Miquelarena!», ayer igual que hoy. Siempre ha contado este país con gente malvada. Y malhablada, confundidora de casi todo, malévola en su queja y, aún más, mentirosa y pícara. Dicen algunos que en España no hay racismo, pero ya en el lenguaje se determina: trabaja más que un negro, más tonto que un indio, qué chino vas o eres un gitano, ambas para indicar suciedad, expresiones denotativas de una semiótica perniciosa.

Aquel «¡Qué país Miquelarena!» que suena a la España de pandereta que ahora se pone en pié con su cinismo sempiterno, es de la descripción del esperpento de Valle-Inclán que deformaba la realidad. Ahora no es necesario afearla porque la realidad está tomada por la deformación del gansterismo diario de la política y las finanzas: Y este patetismo esperpéntico es de curso legal entre personajes siniestros que se hacen ricos en ayuntamientos, comunidades autónomas o gobierno del Estado y se llaman patriotas. Honorables, nobles, señorías, excelentísimos e ilustrísimos señores; prevaricación, comisiones, dinero negro. Pero muy pocos son los que pisan la cárcel, porque o están aforados o lo suyo prescribe antes del juicio.

Y nosotros, viéndolo como, dice Alfredo Krahe, como gilipollas. Y es que todos vemos pasar a las bestias de este circo humano, observando una casta de chulos engolfados con el dinero ajeno y hasta con la cabeza alta; joder, como si no hubiese pasado nada cuando se suben el sueldo en plena crisis del hambre, cuando se les descubren millones de euros en bancos extranjeros y sin pasar por Hacienda, cuando en este país de más cajas fuertes del mundo ya no vale el agujero en la pared porque no cabe todo lo acumulado fraudulentamente, todas las comisiones percibidas durante decenas de años, todas las obras de arte regaladas por favores a socios del pillaje; coches de lujo, pisos regalados, bandidaje diario, planes de ingeniería económica a costa de la España aún callada, de la España a la que toman por gilipollas, que una España toma a la otra por su soldadesca. Este es el juego del esperpento, de la deformación, de la inmoralidad: la España rica y la hambrienta, la fealdad de un sistema más que desaprensivo, infame.

«¡Qué país Miquelarena!», que es de la misma España de hoy, pero más inquietante, de pobres más pobres, y ricos más ricos. Y los demás, viéndolos pasar, tan ricamente: jóvenes o ancianos, tesoreros u honorables, señorías o concejales, financieros o duques, ¡qué más da! Este país ha sido siempre así, mentiroso, esperpento del falso patriotismo, del bandidaje más criminal, del claroscuro más doloroso del genial Goya afrancesado, de la deformación moral más dramática de Valle, del esqueleto de basura humana aún más fea que la de Solana.

La España Negra de la desvergüenza, del pillaje, la de aquel salvaje coronel que le iba a meter al soldado el picante por el culo si no era de su agrado, la del desfile de canallas con sus familias y sus amiguetes dejando al país en un dique seco y angustioso. Porque lo querían bien picante, como es España, bien picante, bien graciosa y festiva, la España machista y racista que ora y bosteza, la de la pandereta y la sacristía, la del !viva la roja y el Marqués Del Bosque!, la que gasta un fortunón en jugadores caníbales y adora a porteros que no paran nada. La España de los fans del dinero y la España del latrocinio y la impunidad. Y nosotros, todos los demás, millones de personas que no somos de esa España. mirando como se dice así mismo Krahe, como un gilipollas, que es por lo que nos tienen, como buenos soldados que traerán un buen picante para que siga la juerga de tanto hijo de puta que nos amarga la existencia.