Mis recuerdos más remotos de los mundiales de fútbol son de 1990, el año de mi Primera Comunión. Y cuando intento hacer memoria, me viene a la cabeza los delanteros que ha tenido la selección de Brasil durante todos esos años. Careca, Bebeto, Romario, Ronaldo, Ronaldinho, Rivaldo, el Kaká bueno... Casi nada. Y todo lo que venía de atrás que me perdí. Magia que cada cuatro años se activada con el calor del verano para dejar al mundo boquiabierto. Goles imposibles, malabares y celebraciones con bailecitos, vetadas desde que se impuso esta dictadura de la humildad. Según una aplicación de esas estúpidas que circula por las redes sociales, todavía me quedan varios mundiales por ver. Y solo espero no encontrarme con una Brasil tan triste como la que he visto este año. Un país aterrorizado porque le lesionan a un chico de 22 años y no hay nadie más. Quizás la Brasil actual (y la España de este mundial) sea reflejo del estado de depresión colectiva que se respira por las calles. Puede que todos hayamos perdido magia. La sobriedad centroeuropea y la picaresca argentina desafían ahora la sonrisa

canarinha. Vuelve a reír, Brasil