Sé que el título de este artículo disuadirá de entrada a varios lectores, así que si usted ya ha llegado hasta aquí, gracias por no haber entrado a Twitter a buscarme y dejarme algún improperio sin haber leído el artículo. En serio, gracias de corazón. Digo esto porque durante la noche de las elecciones europeas recibí por esa red social comentarios como ´bobo´, ´subnormal´, ´apestas´ y se me acusó de ser un ultra vaticanista o un colaborador de los tiranos (?). Así, sin anestesia. Opinaron de mí con el mismo conocimiento que tienen de las opciones a las que votaron. Afortunadamente tenían a mano el móvil y no otra cosa. Hay que andarse con ojo, que en los ataques de cojonudismo a la española uno nunca sabe cómo puede acabar el festival.

Después de la licencia del desahogo inicial paso a la cuestión de fondo, a la defensa del bipartidismo. Sé que es complicado, pero qué quieren, como abogado de las causas perdidas no me queda otra. Los resultados de las elecciones europeas han dibujado un mapa político marcado por la abstención del votante tradicional del PP y la fragmentación o atomización de la izquierda que ha buscado refugio en alternativas al Psoe. Es un toque de atención en toda regla, se pongan unos y otros como se pongan y busquen el consuelo donde quieran buscarlo. Por eso creo que es necesario hace una reflexión tan profunda como tranquila. Y la tenemos que hacer todos, partidos y ciudadanos.

El sistema en sí, no sólo de forma teórica sino en su funcionamiento práctico hasta hace cuatro días, iba razonablemente bien. Por supuesto, con sus imperfecciones, con una ley electoral mejorable, con algunas manías como tocar ciertas leyes cada par de años y todo lo que se quiera, desde luego. Pero lo básico, los consensos de Estado y el que PP y Psoe fueran predecibles y supiéramos que en algunas cuestiones iban a hacer lo mismo, creo que es síntoma de la madurez de un sistema político. Yo no quiero estar oyendo hablar del Gobierno todos los días por sus extravagancias, quiero que gestione, que no se entrometa demasiado en mi vida, que garantice mis libertades y que robe lo mínimo posible. Y estoy convencido de que esta última frase la puede suscribir prácticamente cualquiera. Siempre podremos discutir si hay que subir o bajar más un impuesto, si el aborto es un derecho o un delito despenalizado en ciertos supuestos o si la religión debe ser o no evaluable. Pero en lo fundamental, en ser un país creíble, que tenía que cumplir con sus compromisos, en que los ciudadanos eran iguales (más o menos) ante la ley como miembros de una España que, con sus peculiaridades, no dejaba de ser una de las naciones más antiguas de Europa, estábamos de acuerdo la inmensa mayoría.

El problema viene cuando, el Psoe primero y el Pp después, renunciaron a esos principios que no son ideológicos, sino básicos y sustentadores del sistema político y social. Surge, de hecho, cuando unos y otros, en lugar de apelar a lo común, a lo que une a un votante socialista y a otro ´popular´, que es mucho más de lo que les separa, prefieren tirar de demoscopia, de ideas de laboratorio y gurús de lecciones de ciencia política al contado y ceder a las presiones territoriales. Ambos han renunciado a lo fundamental y también a las notas características que diferenciaban sus programas de gobierno. Propuestas anodinas y vacías, acciones de gobiernos con un bajo nivel de empatía con los votantes y una nefasta política de comunicación basada en llenar los medios afines de tontos del nabo que defienden al partido con el argumentario bajo el brazo, nos han traído a esta situación.

Por eso, aunque estoy a favor del bipartidismo, creo que este bipartidismo de los últimos años está resultando totalmente desesperante y desesperanzador. Y no sólo lo creo yo, es evidente que millones de ciudadanos también lo han manifestado así. Unos apoyando a opciones que no han inventado la pólvora sino que reclaman una vuelta a lo fundamental; otros, echándose al monte y decantándose por opciones cuyo riesgo no consiste en incumplir lo prometido, sino en que alcancen el poder suficiente como para cumplirlo. Lamentablemente, esa opción ha sido la preferida por muchos para mostrar su descontento. Allá cada cual, pero los partidos que siguen siendo mayoritarios, Pp y Psoe, tienen una obligación y una responsabilidad ya que, pese a lo loable de ciertos partidos pequeños que deben estar presentes para modular a los grandes, lo cierto es que una regeneración profunda del sistema pasa por ellos mismos. Pueden tensar la cuerda hasta el ´o nosotros, o el caos´, pero si esa es la postura, entonces sí que será el momento de decretar el acta de defunción del bipartidismo. A la gente no le gustan las aventuras con la cosa del comer, pero está harta de ir a votar con la pinza puesta en la nariz y puede que la cordura termine dejando paso, definitivamente, al pensamiento con las gónadas al que me refería al inicio del artículo. Ellos verán qué hacen, pero todos lo padeceremos.