Cada vez que Hollywood toca la Biblia la polémica está servida. En realidad cuentan con ello porque en Estados Unidos cuidan mucho aquello de «que hablen de uno aunque sea mal». Una polémica siempre despierta el morbo y por tanto la curiosidad por conocer qué ha generado tanto escándalo. Además, hay que reconocer que la polémica siempre es mucho más interesante que la indiferencia. El problema es que las controversias que se generan en Hollywood son, a veces, demasiado pueriles. Por ejemplo, en 1991, cuando El silencio de los corderos aterrorizó a medio mundo, ciertos colectivos de gais y lesbianas pusieron el grito en el cielo porque el asesino psicópata, sobre el que gira la trama era homosexual. Otro tanto de lo mismo pasó al año siguiente cuando se estrenó Instinto básico, en la que su seductora y mortal asesina resultaba ser bisexual. Y todavía podemos tensar la cuerda más en el capítulo de las polémicas disparatadas. Cuando se estrenó Airbender. El último guerrero, algunos se empeñaron en destacar que el film estaba protagonizado únicamente por personajes blancos y que el único actor de rasgos asiáticos interpretaba precisamente al villano. Lo curioso de todo esto es que su director es M. Night Shyamalan, un cineasta indio. Todo un poco tonto.

Pero como decíamos al principio, cuando se trata de interpretar las Sagradas Escrituras todos se ponen muy nerviosos en Hollywood. Es bien sabido que en Estados Unidos los colectivos religiosos tienen una gran influencia, especialmente los judíos y los cristianos. De este modo, cuando Paramount Pictures se dispuso a invertir más de 150 millones de dólares en una aproximación al relato bíblico de Noé, muchas fueron las inquietudes que asaltaron a sus principales responsables. La primera era, obviamente, congregar a la mayor cantidad de público posible. Para esto, el estudio lo tenía relativamente fácil, había un desmesurado diluvio universal que poner en imágenes y esto siempre atrae al público pero no era suficiente. 138 minutos son muchos minutos para contentar a las masas con un puñado de escenas espectaculares. Así que nada mejor que permitirse ciertas licencias escudándose en las muchas lagunas que el pasaje original de la Biblia ofrece, aunque de ahí a llegar al extremo de convertir la historia de Noé en un spin-off de El señor de los anillos hay un trecho. (Un Spin-off es una historia paralela que brota a partir de un universo dramático ya creado con anterioridad).

Por si fuera poco, los responsables de Noé querían contentar tanto a cristianos como a judíos. Los musulmanes les daban un poco igual porque el Islam prohíbe la representación de Dios y de sus profetas y recordemos que para esta religión Noé es un profeta. De hecho, la película de Darren Aronofsky ha sido prohibida en unos cuantos países árabes. Así que, tratando de aunar en una superproducción matices de unos y particularidades de otros, lo cierto es que Noé se ha quedado en una inclasificable deriva dramática, narrativa y formal capaz de combinar en un mismo título los excesos visuales de Jerry Bruckheimer con -dicen algunos- la densidad reflexiva de Jean-Luc Godard, sin decantarse por una u otra opción. De esta forma, ni católicos ni judíos han terminado de ver la perfecta representación del profeta, si bien es cierto, que parece que nadie se ha escandalizado demasiado. Lo dicho, a la deriva.

Otra cosa bien distinta fue La pasión de Mel Gibson. Fue un caso curioso porque la película levantó polémica no por su visión de la vida, pasión y muerte de Jesús, sino por el desproporcionado uso de la violencia que rayaba en lo delirante. Contra todo pronóstico la película entusiasmó a católicos aunque ofendió a judíos y aún así, el film de Gibson recaudó en todo el mundo más de 600 millones de dólares y todo pese a ser una película muy mala. Noé aún no ha terminado su carrera comercial y lleva amasados casi 300 millones, pero parece difícil que vaya a duplicar esta cifra. Moraleja: Si vas a ser polémico llega hasta las últimas consecuencias.