Mira que es difícil escribir. Con este estorbo mental rondándome la cabeza andaba yo el viernes a la hora de redactar las líneas que habitualmente aparecen los lunes en este diario. Seguro que, gracias al cine „y a la literatura, por supuesto„ a todos nos suena esa imagen estereotipada del escritor que se ve en dificultades para lanzar su próxima novela, sumido en una crisis de ideas que le tiene bloqueado mientras su editor está de los nervios esperando que le llegue la inspiración a su artista para hacer negocio con la obra en cuestión. Pues bien, salvando todas las distancias, ese era mi caso, sin libro, sin editor impaciente ni Cristo que lo fundó, pero totalmente nublado ante el inminente reto de enviar el articulo al periódico. Necesitaba despejarme, así que puse la radio, online, claro, hace ahora tres años que vi por última vez un transistor en mi casa.

Dieron las señales horarias de las 6 de la tarde y el informativo de nuevo mencionó a Gabriel García Márquez, fallecido el día antes. La verdad es que no me imagino al premio Nobel de literatura de 1982 padeciendo delante de su máquina de escribir, al menos no como he relatado más arriba, de eso estoy seguro. Incontables premios y reconocimientos de fama mundial recibidos a lo largo de su vida, le confieren al maestro del realismo mágico una personalidad que infunde un respeto superlativo, de ahí mi sorpresa ante un hecho que soy incapaz de entender y que explico a continuación valiéndome ahora de otro nombre, el de mi amigo Carlos Balanza.

Lo había visto justo veinticuatro horas antes en su inseparable Bonache preparándose junto a su hermana Celia y el resto del equipo para lo que a buen seguro sería un Viernes Santo de incesante trabajo. Y qué delicia es todo cuanto amasan allí; empanadas, pasteles, monas de Pascua€ A nadie que conozca a los dos hermanos personalmente puede sorprender esta circunstancia, todo el cariño que irradian en su trato con la gente va dentro de todas y cada una de las cosas que preparan. Eso sí, con su permiso, para torrijas, las de mi madre.

Pero vuelvo a lo que nos ocupa, que me despisto. En su muro de Facebook, Carlos decía lo siguiente la mañana del Viernes: «Que algunos dicen Gabo como si le conocieran de toda la vida». Y acompañaba una fotografía en la que aparecía el rostro del autor junto a unas palabras en las que se mandaba a paseo a los que se permitían tal licencia. Al igual que la inmensa mayoría de seres humanos que conocieron su obra, yo no tuve la ocasión de intimar con García Márquez, así que, compartiendo el criterio de mi amigo, que criticaba con acierto el atrevimiento de unos cuantos, me limitaré, en un gesto de respeto absoluto al artista, a no utilizar el diminutivo que otros hacen suyo para nombrarlo como si fueran de la familia. De este modo pongo en práctica uno de sus testimonios más celebres.

«Siempre di lo que sientes y haz lo que piensas.La muerte no llega con la vejez, sino con el olvid0». Otra cita universal del autor. Solía decir que ésta era una trampa y que no estaba preparado para ella, y que lo realmente trascendental de la propia existencia, aunque fuera de Perogrullo decirlo, era vivirla. Tanto es así que dejó otra muestra de su amor a la misma el día que recibió el Nobel, cuando una reportera le preguntó si era el momento mas importante de su vida, a lo que respondió sin dudar: «No, el día más importante fue cuando nací». Genio. No te olvidamos, ergo, vives, Gabriel.

¡Cambio y corto!