El otro día, Durao Barroso dijo en Alicante que una tasa del 47% de paro juvenil en España era una cifra ´inasumible´. Pues la asume sin mayores trastornos y paseando, jacarandoso, su meritorio palmito políglota: si realmente fuera inasumible, habría dimitido como jefe del negociado europeo, ¿no? Ahora que estamos en vísperas electorales es el momento de plantearse algo que me parece obvio: confiar en el BCE, el FMI o el Banco Mundial para fijar las grandes líneas de la economía europea, no es más sensato que seguir las directrices en la materia del Rayo Vallecano. Quiero decir que fuera del sufragio universal, no hay nada. Por más que sea una buena idea sanear las cuentas, administrar con austeridad. Al final, habrá que plantearse en qué trabajan los jóvenes, más allá de la pesadilla fabril china o más acá de las ínfulas imperiales de Putin. Si no, puede pasar, a escala europea, lo mismo que está ocurriendo en el este de Ucrania: que mucha gente prefiera ser rusa a ucraniana, aunque sólo sea por cobrar cien euros más de pensión. Comprendo que el dinero no lo es todo, pero lo suele decir gente para quienes, efectivamente, sí lo es.

El asunto está maduro para que se plantee el dilema que los socialistas franceses „y me temo que el resto de los socialistas europeos„ no saben como despegarse de los dedos: o un espacio europeo unido de libertad, fraternidad y autoexigencia, solidario y productivo y con alguna clase de protección frente a competidores que no incluyen ni costos ambientales, ni políticos, ni sociales, o una aglomeración de mercaderes blindados a los que rodeará una legión cada vez mayor de desheredados continuamente atraídos por opciones extremas y, teniendo en cuenta los antecedentes europeos, muy racistas, más la estrecha mentalidad nacional o el sálvese quien pueda.

Sigo esperando al Garibaldi que el momento demanda para ponerme a sus órdenes porque suenan las notas del Nabucco de Verdi, estoy harto de Christine Lagarde y el neoliberalismo no mejora ni con unas piernas bonitas.