Una andaluza de nacimiento, hija del éxodo económico y político español de los 60, acaba de ganar las elecciones a la alcaldía de París. Lo que para muchos es una noticia más, para nosotros, quienes hemos sido hijos de emigrantes, adquiere la categoría de gesta. Y no es la única alegría. A quienes también hemos sido descendientes de exiliados en Francia, nos llena igualmente de satisfacción ver cómo un hijo del exilio, Manuel Valls, es nombrado primer ministro en el país vecino. Sin entrar en valoraciones ideológicas „si Anne Hidalgo representa el alma del socialismo francés o Manuel Valls su vertiente más derechista- creo sinceramente que ambos nombramientos vienen a hacer justicia histórica.

A sacar a la luz y a ennoblecer el exilio económico y el político, tan unidos en los años 50 y 60 que no siempre fue fácil diferenciarlos.

El esfuerzo de millones de españoles por darle a sus familias una vida mejor queda simbolizado así en la figura de esta gaditana y este catalán cuyos padres huyeron de la pobreza y de la dictadura. Eso, por una parte. Pero hay algo más. Esta ´toma´ de París, justo es reconocerlo, viene a recordarnos que pese a todo „pese a la crisis económica, las dificultades políticas, la compleja y elitista administración gala o el empuje de la extrema derecha xenófoba„ Francia sigue siendo, en gran parte, esa tierra de acogida e integración que fue. La tierra donde el mérito y el valor „la llamada meritocracia„ acaba imponiéndose tantas veces sobre privilegios y castas.

Francia, no lo olvidemos, fue la tierra que acogió a cientos de miles de refugiados españoles tras la Guerra Civil. No siempre, es verdad, en las mejores condiciones. Al principio, la magnitud inesperada del éxodo y ciertos prejuicios ideológicos ensombrecieron esta acogida. Hombres, mujeres y niños fueron confinados en vergonzosos campos cercados por alambres de espino (Argelès-sur-Mer, Saint-Cyprien€). Luego, sin embargo, tras la liberación, se terminaría integrando a casi todos ellos en un proyecto de país cuyos valores republicanos coincidían con los que habían defendido en España esos refugiados. Claro que no todos corrieron esa suerte. Muchos se quedaron en el camino. En Collioure, muy cerca de la frontera española, descansa Antonio Machado, fallecido días después de cruzar la frontera. En Montauban, cerca de Toulouse, está enterrado Manuel Azaña, el último presidente de la República española, elegido por las urnas, que murió en 1940.

Si con toda justicia, estos días se ha despedido con honores de Estado a quien fue primer presidente de la democracia tras el franquismo, justo sería rendir un homenaje similar a quien fuera el último presidente democrático antes de la dictadura. Ocasión habrá de hacerlo el año que viene en que se cumplen 75 años de su muerte. Si a Suárez estuvo a punto de derribarlo la intentona golpista de Tejero (que tanto está dando que hablar estos días) a Azaña lo derribó otro intento de golpe de Estado que acabó en una contienda civil.

Anne Hidalgo, alcaldesa, y Manuel Valls, primer ministro, han sido, sin duda, los últimos en ´conquistar´ la capital del Sena, pero no los únicos.

Otros lo hicieron antes que ellos. Sin ir más lejos, La Nueve, un nutrido grupo de combatientes españoles que liberaron París la noche del 24 de agosto de 1944 con la compañía de la Segunda División Blindada del general Leclerc. Para la historia han quedado las fotos en las que se ve desfilar por los Campos Elíseos, hace ahora 75 años, vehículos militares con nombres como Madrid, Guadalajara, Brunete, Ebro o Teruel. Con el añadido de que fueron los primeros en entrar en la ciudad y los primeros en recibir las aclamaciones de los parisinos. La periodista Evelyn Mesquida lo cuenta magníficamente en su libro La Nueve. Los españoles que liberaron París, con prólogo de Jorge Semprún.

Aquellos jóvenes españoles que habían sido vencidos en España en su defensa de la República, cuya proclamación, por cierto, se conmemora el próximo 14 de abril, entraban ahora victoriosos en París como defensores de la libertad.

El Nobel Albert Camus, francés de madre española y gran defensor de esa república, dejó dicho: en España «mi generación aprendió que se puede tener razón y salir derrotado, que la fuerza puede destruir el alma, y que a veces el coraje no obtiene recompensa». Él y muchos otros no llegaron a verlo, pero sí hubo recompensa. Aunque de forma tardía, la libertad recobrada.