Sorteé vallas y controles sin par, menos mal que me moví en mi Vespa roja. El martes 25, los alrededores del Congreso de los Diputados, hasta Cibeles, estaban literalmente tomados por toda clase de policías, desde muy tempranas horas. Despedida final de Adolfo Suárez, qué les voy a contar a estas alturas que ya no sepan, incluso puede que tengan un poco de empacho democrático.

Yo, a lo mío, al Hotel Ritz, a uno de los desayunos que organiza el buen amigo y colega José Luis Rodríguez, presidente del Foro de la Nueva Economía. En esta ocasión hablaba, y muy bien por cierto, Bernardo Alba, secretario general de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA) y presidente de PetroCaribe. «¿Cómo se atreven a traer a este hombre en un día como hoy?», me preguntó el ectoplasma de Durruti, que acudió solícito, como siempre, a tomarse el cortadito conmigo. «¿Y qué tiene hoy de especial?», le dije. «Pues que están enterrando al falangista ese, Suárez, y hay mucho lío en la calle como para que un rojo como este suelte su discurso tan cerca del catafalco». Me asombró la preocupación del libertario pero intenté corregir sus errores, «Buenaventura, ahí fuera no hay ningún catafalco; eso igual lo montan en la catedral de Ávila, donde lo van a enterrar. Se trata de una capilla ardiente civil. Y no es un falangista sino el primer presidente de la democracia reciente de este país». «Eso lo dirás tú», me espetó, «lo tengo fuera, esperando, vestido de camisa azul falangista, de las de antes, de las de los primeros carnés, porque dice que se quiere quedar aquí conmigo de ectoplasma, y yo no tengo sitio: Cipriano Mera en la lavandería, Pestaña en administración, Seguí, que siempre pasa por aquí cuando viene de Barcelona ¿qué hago yo con este? A lo mejor en protocolo le encuentro un hueco». «Es un sitio ideal», le contesté, «en ese departamento hasta los vivos son ectoplasmáticos. Lo que no me creo es lo de la camisa azul». «Pues es cierto, me ha dicho que es en homenaje al sobrino de José Antonio, un tal Miguel, que defendió no se qué reforma política, y también a José Antonio, que por lo visto escribió en la cárcel antes de morir un papel muy parecido al que él le dio al Rey en Cándido pero el loco de Prieto se lo guardó y no se conoció hasta 1977, la famosa maleta».

Subí a la Vespa azorado antes de que cerraran el paseo del Prado.

¡Vaya mañanita!