Si no escribo un artículo al día para expresar mi desazón, angustia, hastío e incluso horror hacia la televisión actual es porque consumiría todo mi tiempo y energía y acabaría más cabreado de lo que en realidad merece tal instrumento. Vamos, la televisión en sí no debería ser mala; como el cuchillo afilado, todo depende del uso. Yo prefiero utilizarla como pantalla a través de la cual ver películas, algún programa concreto, series, etc. Pero es inevitable que teniendo un aparato en casa alguna vez nos atrape y su idiotez nos invada.

El listado de programas o espacios televisivos deleznables va en aumento. Empecemos por la publicidad, que como todo, en principio no debería ser negativa. Pero resulta que ya no se limitan a anunciar productos para captar la atención de potenciales consumidores. Su misión me parece mucho más oscura y maligna. Sus intenciones, por si nadie se ha dado cuenta, no consisten en vender un producto puntual. Se esfuerzan en crear un estado de conciencia en el que el pensamiento racional se elimine y la imagen de su artículo, su estilo de vida o su ´magia´ particular invadan nuestros cerebros y existencias. El mensaje es el siguiente: «ves estos chicos y chicas delgados y preciosos, pues son así porque usan este perfume (siempre adornado con frasecillas en francés muy glamurosas y cinematográficas escenas); son así de molones porque comen estos productos ´adelgazantes´ o porque conducen este sofisticado automóvil». También parecen advertirnos: «¿quieres ser feliz?, pues únete a nuestra compañía de seguros o a nuestro banco o a nuestra compañía de teléfonos o a nuestra lo que sea porque es lo mejor de lo mejor de lo mejor».

Pero lo peor no es eso, lo peor es que el televisor se ha convertido en una ventana a la estupidez que parece conectar con un submundo de descerebrados cuya finalidad, lejos de entretener, parece ser la de destruir nuestra dignidad, nuestro sentido ético y estético y nuestro buen gusto. Hay programas, sobre todo importados de los EEUU, -país que cada vez creo está más desquiciado-, que parecen salidos de una obra de Beckett, absurdos y sin el más mínimo interés para una persona normal. Por ejemplo, programas dedicados a los hechos más baladíes que podamos imaginar: concursos de bocadillos, cómo prepara una familia su boda, reparaciones de automóviles o casas, subastas de trasteros o personal de zoonosis que se dedica a atrapar animales salvajes por las viviendas de la ciudad. Por no mencionar los que consisten en seguir el proceso de adelgazamiento del protagonista, símbolo de la decadencia de un país sobrealimentado en el que la obesidad ronda el 30% de la población. Programas sin contenido que suelen adornar con vulgares personajes que se insultan y que degradan la raza humana a niveles paleolíticos.

En España no nos quedamos cortos. Lo de buscar novio ya es algo que parece que interesa a todo un país, sobre todo si la que busca pareja es tu madre. O un granjero, pobretico. Los frikis ya no son famosillos desternillantes y venidos a menos de los que todos nos reíamos. Ahora el friki también puedes ser tú o tu vecino o tu querida madre si está en edad de merecer.

Si conoce a alguien con falta de neuronas (lo digo así para resultar correcto) es posible que ya exista el programa televisivo al que presentar su currículum para participar. Habrá muchos como él dispuestos a seguirle.