Esto vi recientemente en una ciudad centroeuropea: mucha gente en bicicleta por las calles dirigiéndose a sus trabajos, a sus estudios, a sus citas. En alguna de la calles, las más amplias y modernas, la ciudad estaba dotada de carriles bicis segregados, pero en otra buena parte de la ciudad las bicicletas compartían la aceras con los peatones y la calzada con motos, coches y hasta tranvías que a su vez compartían espacio físico con peatones, motos, coches y bicicletas.

Y funcionaba estupendamente. El paisaje urbano que proponía ante mis ojos esta visión de espacio compartido para la movilidad es fácil de describir con una palabra: civilizado. La ciudad se comportaba, aparentemente con pocas reglas, como un todo en el que cada cual se movía en el medio que mejor le cuadrase. La escena urbana era sostenible, agradable y pacífica. La movilidad estaba perfectamente resuelta con la convivencia de los distintos medios de trasporte. La enorme cantidad de bicicletas callejeras, a despecho del clima otoñal ya cercano al cero, daba pistas para afirmar que sí, que la bicicleta no es sólo un instrumento de paseo sino una estrategia real, viable, contratada e inteligente para moverse y hacer una ciudad más ecológica.

Comprendí que la clave para este ´mix´ de trasporte en el que la bicicleta funcionaba masivamente era el respeto. Los coches respetan enormemente a las bicicletas en esta ciudad civilizada. La prudencia y la tolerancia son valores compartidos por conductores, ciclistas, peatones y tranviarios, y la prioridad incluso en las rotondas para los ciclistas es algo incontestable que ya está en los genes de los ciudadanos de esta urbe centroeuropea. Una gozada.

A veces se dice que en nuestro ámbito mediterráneo esta convivencia de ciclistas, personas a pie y en coche no es posible. Que nuestra psicología colectiva no lo permite. Que nosotros llevamos el gen de hacer el cafre y de comportarnos incivilizadamente. ¿Es esto posible? ¿Es una maldición divina de la que no podremos sustraernos? Lo dudo. Déjenme que me ponga escatológico y didáctico para explicarme. ¿Se acuerdan los más viejos cuando la gente escupía rutinariamente por la calle e incluso había escupideras (qué asco) en autobuses, bares y edificios públicos? ¿Habríamos de concluir que como somos como somos hubo que dar la batalla por perdida y no hacer campañas, educación y concienciación para que esto no ocurriera?. Pues eso: lo mismo con la mala leche de coches con ciclistas en las ciudades, lo mismo hacia la tolerancia, el respeto y la convivencia.

Sin duda los carriles bici son la mejor de las alternativas, exijámoslos. Pero también reconozcamos que son caros y a veces complicados en los centros históricos de las ciudades, y por eso, en tanto van progresivamente viniendo las soluciones, habrá también que acordar que las vías ciclables, las zonas 30, y en general cualquier estrategia pacificadora del tráfico que permita la convivencia con las bicicletas, forman parte de la política general para hacer una ciudad con más bicis y más sostenible. La premisa de partida es que todos nosotros, de uno en uno y colectivamente, lo tengamos claro y seamos radicales a la hora de aplicar la tolerancia y la ciudadanía. Por eso, entre otras cosas, la próxima vez que vea un coche a 50 en una zona 30 que además le pite a una señora que va en bici, tomaré la matrícula.