Kim, ese gordito norcoreano con pinta de no haber pisado una ITV en su vida ni saber lo que es un 3%, sabe sin embargo lo útil que resulta la amenaza para conseguir sus objetivos políticos. Sabe sobre todo cómo sostenerla en el tiempo para que la opinión pública de las democracias occidentales (sí, esas cuyos ciudadanos odian la guerra hasta el punto de dejarse aniquilar con tal de evitarlas) acaben por ver con buenos ojos que unos miles de millones bien valen la tranquilidad de un lustro, que es más o menos el tiempo entre hambruna y hambruna, mientras destinan un 20% del PIB a gasto militar.

Con el hipotético Estado catalán pasa algo parecido. Amenazar con la ruptura es el caldo de cultivo para la obtención de ventajas competitivas frente al resto de España. En medio, distintos episodios de tensión especialmente cultivada para consumo interno, como la patochada esa de forzar la expulsión de tres diputados por negarse a seguir el reglamento del Congreso y hacerse entender en la lengua común. Y es que a los totalitarios les cuesta entender la separación de poderes, y como niños malcriados patalean políticamente ante una sentencia judicial.

El último episodio de este sainete es la creación de un consejo para el diseño de un Estado, o algo así. La primera vez que lo escuché pensé que se trataba de crear un Estado de diseño, con barretinas hipster o esculturas de pá amb tomaquet en las rotondas, cosa en la que francamente son muy buenos. En lo del diseño, digo. Pero cuando reparé en la presencia de Pilar Rahola entre el comité de expertos que han de diseñar el escenario de su independencia, supe inmediatamente que la cosa iba en serio. Hablan incluso de la confección de hasta veinte informes para pontificar sobre doble ciudadanía, política de defensa (podrían subcontratar a Kim), deuda pública, pertenencia a Europa, etc. Sólo falta por saber cuántos quirófanos más habrán de cerrar para pagar a los expertos dichos informes.

Es la independencia a la carta. No quieren pagar impuestos en España pero sí les interesa la doble nacionalidad. Quieren selecciones propias pero que sus equipos compitan en las ligas españolas. En fin, tensión para obtener finalmente ventajas competitivas frente al resto de españoles que terminarán por aceptar lo que sea antes de que un presidente español levante siquiera la voz. Ya sabemos lo fascista que resulta eso.

Mas, nuestro Kim ibérico, lo sabe. No es raro que ambas banderas, la independentista catalana y la coreana luzcan la misma estrella de cinco puntas. Flameaban juntas en una manifestación allá por el norte de España hace pocos días. Y no me digan que ya es casualidad que el único extranjero con cargo institucional en la República Popular Democrática de Corea sea de Tarragona. Sí, da repelús aunque sea una coña.

Quién le iba a decir a los patriotas catalanes que en 1711 luchaban por un determinado pretendiente al trono de España que trescientos años después un grupito de malvados haría de la tergiversación histórica y el oportunismo político su razón de ser para justificar su salario forjado a golpe de embajadas, iteuves y cuentas en Suiza.