Tras la muerte de Andreotti, alguien ha escrito con finura: "Qué extraño. Estaba convencido de que era inmortal". El dirigente democristiano, periodista también ya que no despreciaba nada, sólo fue siete veces primer ministro; ocho, máximo responsable de Defensa con cinco períodos al frente de Exteriores; tres, en Administraciones Públicas; en dos cogió Finanzas; otras dos Industria; una lo fue de Economía, Interior, Cultura y Políticas Comunitarias y senador vitalicio, qué menos. Frente a la estabilidad inestable por la que nuestro país deambula tras el crack de 2008, de Italia siempre ha subyugado su arraigada inestabilidad, tan estable ella. Aunque haciendo un recorrido por la segunda mitad del XX, falta perfilar si lo inestable no sería Andreotti. El diablo cojuelo presenta algo más que sombras por sus relaciones con la Cosa Nostra, el Banco Vaticano y una logia masónica que le proporcionaron encausamientos como el derivado del asesinato de un periodista, que para eso los de la profesión nos hemos llevado siempre a matar. Su profundo credo irónico fue tabla de salvación. Compruébenlo, si no: "Excepto de las Guerras Púnicas, para las que era muy joven, me han culpado de casi todo"; "No es fácil explicar nuestro país a los extranjeros. En Italia, los trenes más lentos se llaman rápidos y el Corriere della Sera (Noticias de la tarde) sale por la mañana" y "Sé que soy un hombre medio, pero cuando miro a mi alrededor no veo ningún gigante".

Rajoy no tiene por qué darse por aludido porque se está creciendo. Anteayer le dijo a su politburó que ha tenido que incumplir el programa para salvarnos. Esta teoría política sobre la base del diferido lo mismo sirve para explicar lo de nuestros impuestos que lo de su Bárcenas. Como dice mi entrañable Félix Machuca acerca de los optimismos desaforados, "descienden los parados: ninguno de ellos llegaba al metro ochenta".

Qué grande, Mariano. Giulio parecería inmortal, pero tú eres mortal de necesidad.