En España e Italia se buscan desesperadamente soluciones a los males nacionales. En el primero de esos países, el paro ya pasa ampliamente de los seis millones de personas y se teme que a finales de este año nos acerquemos peligrosamente a los siete millones. Y en Italia se ha instalado el caos institucional pese a los esfuerzos de la casta política por prolongar como sea el esquema implantado desde el fin de la II Guerra Mundial, un andamiaje que ha terminado por pudrirse. Cómo será la cosa que la gran esperanza del sistema es un hombre de 87 años que tuvo que volver a asumir la presidencia de la República ante la incapacidad de los partidos tradicionales para buscarle un sucesor. Ante ese panorama tétrico, casi desesperado, parece normal que entre los encargados de la gobernación surjan iniciativas que en una situación menos desquiciada no dudaríamos en calificar de estrambóticas.

Ahí tenemos, por ejemplo, la propuesta del ministro Arias Cañete, que nos recomienda ducharnos en agua fría para evitar el excesivo consumo de agua. Él asegura que lo hace a diario aunque, lógicamente, no hay constancia documental de que tal afirmación sea cierta. La ducha es un acto estrictamente privado, e indagar en ese sagrado recinto de la intimidad personal es una tarea complicada. Independientemente de ello, la propuesta es ingeniosa. Meterse desnudo bajo el chorro de agua fría y permanecer allí durante el tiempo necesario para completar las tareas de limpieza, previo un minucioso enjabonado de partes pudendas y no pudendas, parece heroico. Y poca a gente, excepto sufridos disciplinantes, o supernumerarios del Opus Dei, podría aguantarlo gallardamente durante algo más de un minuto antes de empezar a gritar. En esas circunstancias, de ducha abortada o drásticamente limitada en el tiempo, el ahorro de agua es considerable. No nos explica Arias Cañete si esa recomendación suya podría adquirir algún día rango legal y acabar publicada en el BOE, pero, en cualquier caso, es una iniciativa a considerar. Y algo parecido cabe decir del ministro italiano de Medio Ambiente, Corrado Clini, que ha causado enorme polémica en su país al proponer no cambiarse la ropa interior durante cuatro días, con el mismo objetivo de ahorrar agua y electricidad dejando descansar a la lavadora. Algunos críticos calificaron la medida de antihigiénica pero Clini se mantuvo firme en sus convicciones. "Si las partes íntimas están limpias -afirmó- y las mías están limpísimas, no hay problema. Lo primero que hay que hacer al llegar a casa es desnudarse y luego colgar la ropa interior para que le dé el aire".

La polémica ha rodado por los estudios de televisión y de radio y por los periódicos y ha contribuido a divertir algo a una ciudadanía preocupada por una crisis que parece interminable. Le llaman 'payaso' a Beppe Grillo, líder del movimiento Cinco Estrellas, para descalificarlo, pero entre la clase política que se considera seria tiene muchos competidores.