El ministro de Exteriores, Margallo, reconoce que tuvo con la bella, casquivana y logrera Corinna Zu-Wittgenstein un par de "encuentros de carácter privado" y los comentaristas enseguida piensan mal: especulan con maniobras secretas de Estado a cambio de pagos en 'negro' y nadie cree que fuese para echar un polvo. ¿Por qué lo que se sospecharía de cualquiera no se sospecha del ministro? "Cariño, no es lo que te piensas; no estaba haciendo secretismo de Estado, créeme que estaba fornicando". En los mentideros, un 'encuentro de carácter privado' con una misteriosa mujer rubia ha significado toda la vida lo mismo, menos por lo visto con Margallo.

Yo no sé qué coño estaba haciendo el ministro con Corinna, pero me parece un agravio comparativo respecto a los demás tíos que no se contemple cualquier posibilidad. Los periodistas estiman que el ministro es demasiado viejo y le cuelga el belfo excesivamente (no es la primera vez que, tras un cansado viaje, sale en la tele con unas desagradabilísimas boceras blanquinosas) como para tener ya aventuras con señoritas internacionales de compañía. Pero lo mismo creía yo, inocente, de tantos carrozones ricos de provincias a los que ves en restaurantes del extrarradio con adolescentes paraguayas, si es que no con chaperos argelinos: pensaba que cenaban con sus nietos. Carrozones ricos que ahora podrán argumentar cuando se corra el escándalo: "Mira, es que yo, como Margallo, estaba haciendo entrega de información privilegiada".

Antes, cuando se sabía por ahí que habías cenado con una mujer todo el mundo pensaba, como es natural, en lo único. Ahora se piensan cosas raras, como lo de que has traicionado la transparencia democrática de tu nación. La preocupación de todo hombre que queda con una mujer en un lugar público es, siempre, qué se va a decir si la ven con él. Para hacerla gorda hay que buscarse alguien como Corinna porque es la pantalla perfecta: nadie cree que has quedado con 'carácter privado' para pegarte un forre, sino sólo para hacer cosas sucias con tu país. A partir de ahora, la clásica coartada del que llega todos los días a las tres de la madrugada oliendo a recién duchado y diciendo que viene de una reunión de trabajo será creíble, porque siempre puedes decir que la vida se te ha llenado de citas con comisionistas.