Cómo no estar de acuerdo con el vicepresidente de Venezuela cuando denuncia una conspiración para la muerte por cáncer de Hugo Chávez: "Ha sido un asesinato imperialista". Precisamente. La muerte en general es un asesinato tramado por el imperio de la Naturaleza, contra lo que no podemos hacer nada, pero podemos pensar de todo.

La muerte natural nunca nos parece lo bastante natural. "Yo sé qué es lo que lo mató", decimos siempre. Los disgustos, las cartas de desahucio del banco, el Pentágono...

Al final, todos somos víctimas de una conspiración universal: la vida es un argumento amañado por alguien invisible y muy poderoso, y que siempre termina malamente con el protagonista. Es normal que los acérrimos partidarios de Chávez no acepten el hecho de que su idolatrado sátrapa ya no está: yo ni siquiera me hago a la idea de que se han muerto algunos de mis enemigos, sin necesidad de que vaya y los fusile. De los amigos idos ni hablemos, porque aún se me figura que van a aparecer algún día diciéndome que se retiraron por algún tiempo a algún lugar sin luz ni teléfono de Soria o algo así. Vamos a ver surgir las más apasionantes teorías sobre quién ordenó inocular el tumor maligno a Chávez, debate que durará siglos y además no se resolverá. Yo mismo trato infructuosamente de aceptar la idea, tantos años después, de que mi bisabuela María simplemente murió de vieja.

La muerte es por definición incomprensible. Si se trata de la muerte de un hombre al que creían enviado por la Providencia, no se puede echar la culpa de su marcha a la Providencia, sino por lo menos a los Estados Unidos. Si hay historiadores que, más de dos mil años después, aún están determinando a quiénes de los conspiradores corresponden las dos únicas puñaladas mortales que recibió Julio César, de las decenas que le propinaron, cómo no va a durar la conspiranoia en torno a Chávez al menos hasta que sus restos centenarios tengan que analizarse, como la sábana santa de Turín, con la prueba del 'carbono 14'.

Aunque, como la cursilería revolucionaria es una rama de la confitería (industrial), es evidente que Chávez reventó por toda esa indigesta palabrería frita en aceite de coco que llevaba dentro, igual que Stendhal explotó en plena calle por un exceso de espesas salsas francesas.