Que el hombre es un lobo para el hombre lo dijo Hobbes en Leviatán, al tratar del egoísmo en el comportamiento humano; aunque esta definición de nuestra voracidad viene de Plauto, de Asinaria, y la desconsideración hacia nuestros semejantes ya trae cola; llevamos más tiempo siendo animales que personas, andando a cuatro patas que a dos, contamos con más experiencia como simios que como bachilleres, hemos gruñido más que declinado bonus bona bonum. Nuestros instintos están más arraigados que nuestra conciencia, y esa mezcla diabólica nos convierte en protagonistas de terribles sucesos e ingresos en Suiza, que dejan al lobo con la boca abierta. Son brotes de nuestra bestialidad, reprimida por la educación y los dioses y sometida a la ley. La corrupción no es de los políticos, es de la raza, nos duelen los pelos del pecho de ser tan mansos.