Sorprende el revuelo organizado en torno a lo que básicamente es una obligación legal, largamente demorada, cuando la consejería de Presidencia ha presentado a información pública el primer plan de gestión de un área protegida de la red europea Natura 2000.

La reacción en algunos sectores ha sido tan perfectamente legítima como, a mi juicio, un poco exagerada. Achacar todos los males del mundo a un documento de conservación de la naturaleza que con facilidad puede perfeccionarse a través de las alegaciones que todos podemos presentar, es tirar a la línea de flotación sin pararse a discutir tranquilamente qué se puede transaccionar para llegar a un acuerdo, qué posibilidades en positivo -de las que hay muchas-, ofrece el proceso, y cómo podemos hacer para que los objetivos de la planificación ambiental, que repito son una obligación legal proveniente de la normativa europea, puedan instalarse por fin en una región que ya incumple largamente los plazos establecidos.

No cabe, desde luego, achacar un ánimo talibán, subjetivo o discrecional, a los técnicos que proponen estos documentos. Los conocimientos acumulados justifican la solvencia del grueso de las medidas que estos planes de conservación de la naturaleza proponen, aunque nadie es sabio en todo y siempre se necesita de la opinión documentada de los que usan el territorio para terminar de cuadrar las mejores y más razonables medidas.

Las áreas Natura 2000 no son producto de la imaginación científica. En toda España, en toda Europa y en todo el mundo que quiere ser civilizado hay cosas que ya no están en discusión. Hay que bajar el déficit porque lo imponen los tiempos, hay que crear empleo porque de otra forma mal andamos, hay que combatir el cambio climático porque en ello nos va el futuro, y por la misma regla de tres hay que abordar la conservación de la naturaleza porque ya no se entiende un desarrollo que no ponga las bases para ser sostenible.

Para ello, entre otras muchas cosas que no caben en una columna de periódico, hay que preservar las especies protegidas, hay que aplicar las estrategias forestal y de biodiversidad de las que la región se dotó hace ya tiempo, hay que buscar fórmulas de custodia del territorio y compensación a propietarios, hay que restaurar las zonas degradadas, hay que conservar y poner en valor los paisajes, hay que ampliar los medios, la gestión económica y la financiación para la conservación de la naturaleza, hay que considerar también el medio natural fuera de las zonas legalmente preservadas, hay que aprobar los PORN sin caducidades ni cosas por el estilo, y hay que regular de forma consensuada las medidas necesarias para garantizar la conservación de las áreas protegidas.

Aunque se haya interpretado que los planes de gestión de los espacios naturales van contra las actividades en el territorio, esto no correcto, y ni tan siquiera sale de la lectura global del articulado, aunque, ya digo, con las sugerencias de los actores del territorio seguro que alguna de las medidas propuestas pueden mejorar la norma. Precisamente en ambientes mediterráneos la relación entre la buena calidad del medio natural y las actividades agrarias es un hecho incontestable.

Somos un mosaico de ecología y usos sin el que no se entiende el ecosistema mediterráneo, y nuestra perspectiva socioeconómica necesita de una buena conservación del medio natural para tomar posición en todos los frentes.

Ahora que esto lo puedo decir con conocimiento de causa, yo imagino la región que quiero para mi descendencia como un territorio inteligente, productivo, diverso y conservado del que nos sintamos orgullosos. Y eso toca ya empezar a construirlo.