El pasado día 11 tuvo lugar en el Palau de la Generalitat una curiosa reedición del Pacto Mólotov-Ribbentrop, cancilleres comunista y nazi, por el que ambas potencias totalitarias acordaban la invasión y reparto de Polonia. En esta versión de la señorita Pepis, Polonia eran la Ley del ministro Wert (a cuya cabeza han puesto precio, seguramente un 4%, por atreverse a pedir que se estudie un poquito de español) y, por supuesto, la propia Cataluña, a la que tienen sometida a través del control y la imposición de un instrumento infalible de agitación sentimental: la lengua catalana.

Fue una reunión que explica el hundimiento general de la izquierda española, confirmado con la abstención proindependentista del PSC-PSOE, y cuanto ha ocurrido y empieza a ocurrir en aquella región que fuera modelo de libertad, y hoy es presa de saqueo. La derecha más reaccionaria de España, hija de esa mezcla de frustración, xenofobia y negocio de la que siempre surgieron los fascismos, confirmaba su pacto tácito con una izquierda sedicente que lleva treinta años alimentando de carne charnega y obrera del resto de las Españas el altar-barbacoa del catalanismo.

Socialistas (de apellido Navarro) y comunistas (de apellido Herrera), se unían al Caudillo Mas y a los camisas negras de la Esquerra neomussoliniana para afirmarse en la prohibición de la lengua de sus padres. Y de sus hijos. La cual, ´lamentablemente´, según se le escapó al converso aragonés Durán, aún se habla en los patios de los colegios catalanes.

No basta con la inmersión, esos campos de niños forzados. Habrá que ir al gulag.