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Señales de humo

Traigan más megalomanías

Hay demasiada gente en Murcia que se echa las manos a la cabeza cuando escuchan hablar a sus políticos de ideas de medianas proporciones. «Proyectos faraónicos», acusan. Cualquier cosa en Murcia que no se pueda medir a palmos es reputada de desmesurada, propia de snobs que traen ideas raras de fuera. «España está así por culpa de los proyectos faraónicos, por su complejo de rica». España puede estar así por haber pensado como faraones, pero el caso de Murcia es el contrario: está así por haber pensado como liliputienses. Llevamos siglos sin megalomanía alguna, y los resultados en nuestro diseño civil no son muy espectaculares. El pecado público de Murcia, de toda la vida, es haberse movido en lo infinitamente pequeño, en la visión retrechada y el cálculo angosto. No toda la culpa de lo nuestro la tiene Alicante, donde tradicionalmente se paraba el progreso... porque aquí estábamos tan a gusto con que se parase. Aquí hemos pasado de sembrar limoneros a sembrar cabezas de gamba en los bares, sin relato intermedio alguno. Ya me hubiesen gustado a mí en Murcia unos cuantos faraonismos y megalomanías más.

Uno siempre ha sido enemigo de la gesticulación administrativa, y por eso, aún habiendo perdido últimamente mi fe liberal (no puedo ser ´de los nuestros´ cuando éstos se relamen como zangolotinos ante la depresión económica por ajuste del déficit, por ejemplo), para creerme la causa de la izquierda tendría que volver a leer tebeos. Pero hace falta una cierta ingeniería social en Murcia, que nos sace de la tradicional poquedad, tan cantada por nuestros presuntos grandes hombres. La historia de Murcia se puede resumir en que nos parece mal que aquí no haya nada y a vez de que se haga algo. El Mar Menor está así por la política murciana del «de a poco a poco», no por ninguna política ambiciosa. La costa murciana es un parque temático de la indecisión. Por esa enanez, por esa tan elogiada hoy «política de cercanías» Albacete se largó con Castilla-La Mancha: porque el murcianeo no quiso descentralizar ni siquiera algunas facultades de su Universidad pública, porque lo quería tener todo a tiro de piedra de Las Cuatro Esquinas de Trapería, lugar de saludeo de nuestras señoronas. Ah, aquella época gloriosa de nuestros estadistas de provincias, en que cierto guardador de las esencias murcianas, luego diputado y senador multirreincidente bajo las siglas prestadas del PP, abogaba por que la naciente Comunidad uniprovincial despreciase a Albacete y se circunscribiese sólo a los límites de la Vega del río Segura. Eso es el think Big, que decía Steve Jobs.

El acceso Norte a La Manga, cuya valoración acaba de anunciar muy tímidamente el Gobierno de Murcia, es algo sobre lo que ya escribí hace doce años, cuando alguien lo puso sobre la mesa y le cortaron los dedos, y a mí me llamaron desarrollista. Vamos con doce años de retraso para volver a afirmar lo evidente: Murcia es el único lugar del planeta donde la gente que piensa bien está convencida de que, si alguien se pone malo de apendicitis en La Manga en agosto, lo sostenible es que salga de la ratonera movilizando la flota de helicópteros.

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