Días pasados hice una de esas cosas que uno debe hacer en esta vida para que cuando ya no pueda hacerlas no arrepentirse por no haberlas llevado acabo. Les cuento. Fui a Denia, concretamente al colegio de los Hermanos Maristas, a visitar expresamente al hermano Severiano Bayona Gallo. Estaba en deuda con él desde hace unos quince años, ya que todas las navidades me escribe cariñosamente una postal preciosa de su puño y castellana letra. Comí junto a él y con cuatro hermanos más, en una mesa larga y rectangular, repleta de amor, recuerdos y también, cómo no, de comida cocinada para la ocasión.

En el almuerzo afirmé que el hermano se encargó de enseñarnos un mundo que desafortunadamente ya no existe. Dos de los comensales no parecieron comprender el alcance de mi indicación, pese a su presumible formación intelectual, a lo que yo con la mayor diligencia y respeto que se ha de tener en estas ocasiones, me encargué de enriquecerla sosteniendo lo siguiente: No existe porque se han perdido los principios morales. Tras un silencio continué. ¿Para qué decir buenos días? ¿Por qué no comer chicle? ¿Para qué hablar de usted a las personas mayores? ¿Por qué ponerse en pie cuando entra en clase el director? ¿Para qué rezar? ¿Para qué oír el himno de España? ¿Para qué ser un hombre? Todos me entendieron. No hizo falta responder a las preguntas expuestas, porque es verdad que no se aprecia aquel mundo de caballeros y héroes que él nos enseñó. Lo más curioso de todo es que a mí me encantaría que siguiese preexistiendo. No sé a ustedes.

Por la tarde el visitado y yo fuimos a dar un paseo por la ciudad. Luego, como buenos españoles, paramos en un bar: dos tónicas y un par de chupitos de pacharán alumbraron la mesa. La conversación no se hizo esperar. Le pregunté: si volviera a nacer ¿sería hermano marista? «Claro que sí. Mi vida ha sido un regalo de Dios», contestó con los ojos más abiertos que antes. Sentí envidia al escuchar el convencimiento de tal afirmación. Mi interior se removió al pensar por un momento cuántas personas podrían ser capaces de afirmar que se sienten orgullosos de su vida y de sí mismos.

El religioso, a sus 87 años, acaba de celebrar sus bodas de diamante y sigue demostrando con su perseverancia que es un ejemplo a seguir. El mencionado se levanta diariamente a las seis de la mañana y le siguen faltando horas al cabo del día, pese a su condición de retirado. Es el prójimo que yo conocí y que tanto bien aportó a mi persona. Fue uno de esos tutores de verdad, no de aquellos que en la horas de tutorías se dedican a perder el tiempo o de los que no quieren trabajar más de no sé cuantas horas a la semana. Recuerdo como nos entrevistaba uno por uno, para aconsejarnos en nuestro devenir y buscar soluciones apropiadas para cada cual. ¡Qué tiempos aquellos!

Por eso pienso que la educación basada en el mérito, la rectitud, la verdad y la trascendencia del individuo es totalmente necesaria para formar íntegramente a los estudiantes. Como así también lo son contenidos como el latín, astronomía, historia, cálculo, química, literatura, y no con tecnología, conocimiento del medio, música, educación para la ciudadanía y desastres de ese tipo.

El nuevo sistema educativo ha fracasado. Como también la sociedad con vocación de súbdita y el estado de cosas que hemos creado. Todos somos culpables. Deberíamos reconocerlo. Volvamos a lo de antes, porque lo nuevo no es siempre mejor.

¡Gracias, hermano, por alumbrar mi camino, porque ese es el camino!