Van para cuatro años desde que, como dijo George Soros —El nuevo paradigma de los mercados financieros— la crisis se iniciara en agosto de 2007 con la inyección por parte de los Bancos Centrales de liquidez al sistema bancario. A partir de ahí, y como sí de una epidemia se tratase, la crisis se extendió con gran velocidad, causando quiebras de empresas, nacionalización e intervención de entidades financieras, y un efecto devastador sobre la economía productiva y el empleo, fundamentalmente en el ámbito de los países más desarrollados.

Llegábamos a esa crisis fruto de la hegemonía absoluta de políticas neoliberales en materia económica, que irradiaban sus consignas a los dos

grandes focos de pensamiento político dominante, tanto el conservador como el socialdemócrata. Precisamente la falta de diferenciación en las políticas económicas de quienes gobiernan fue aprovechado por el neoliberalismo para desregular los mercados financieros y promover la privatización de servicios públicos y la expansión ficticia del mercado inmobiliario. Con el fracaso, se empezó a hablar de una vuelta a Keynes, de la necesidad de controlar la avaricia de los mercados, la insaciable sed de riquezas que habían encontrado en la especulación el escenario

propicio para un espejismo de riqueza que tenía asentados sus pies en la falta de transparencia de los mercados financieros.

Frente a la desregulación permanente, bajo la falacia de la eficacia ´natural´ del mercado frente a la ineficacia de los Estados, como describe Joseph Heath en Lucro sucio, la primera reacción a la crisis nos hizo generar esperanzas: se han dado cuenta del error, se van a corregir y

regular los mercados de manera que su ´eficiencia´ redunde en beneficio de la sociedad.

Nada más lejos de la realidad. Todos los que callaron mientras recibían inyecciones con los impuestos de los ciudadanos —del Estado ineficiente— volvieron a la carga de forma inmediata con los mismos mimbres del neoliberalismo, rediseñando una salida de la crisis que promueve la mayor regresión en términos de derechos sociales y laborales que nadie pudiera imaginar.

Ejemplo de esto es nuestro país vecino, Portugal, como Grecia, cuyo rescate económico se fundamenta en la drástica reducción de los derechos laborales, poniendo a disposición de los empresarios una capacidad omnímoda sobre la regulación del empleo y las condiciones de trabajo. También en nuestro país hay quien azuza el fantasma del rescate para reducir derechos sociales. A esto se dedica el Consejo de la Competitividad, esos representantes de las diecisiete mayores empresas de nuestro país que han sido elevados por el presidente Zapatero a la condición de consejeros áulicos, y que han presionado para evitar un acuerdo en la reforma de la negociación colectiva: la desregulación genera más beneficios a las empresas.

Son muchas las voces y de muy notables economistas, como Paul Krugman y Joseph Stiglitz, quienes alertan del profundo error que se está cometiendo con la política de austeridad y de recorte de derechos sociales, que lejos de contribuir a salir de la crisis económica, está minando la recuperación del conjunto de Europa. Cada vez tienen más razón quienes afirman que todas las medidas tomadas por la UE en los últimos años están fracasando, al mismo tiempo que deterioran el modelo de Estado social característico en la segunda mitad del siglo XX en Europa.

En cambio, se sigue hablando de más recortes, encomendados al sancta sanctorum del control del déficit público, y es previsible que en los próximos meses el conjunto de Administraciones de nuestro país, desde los Ayuntamientos hasta las Comunidades autónomas, pasando por universidades públicas, acometan importantes ajustes con la resultante de más desempleo, destrucción de empresas, y fuerte deterioro de los servicios públicos.

El presidente del PP y probable presidente de España, Mariano Rajoy, ha afirmado recientemente que «tendremos el Estado del Bienestar que nos podamos permitir» en función de los ingresos que tiene el Estado. Claro que el PP está insistiendo en rebajar los impuestos y reducir el Estado a su mínima expresión, con lo que el recorte de derechos estará en función de las propias decisiones que se tomen, no por culpa de la crisis económica.

¡Cómo no indignarse! Con casi cinco millones de parados, con la desesperanza por bandera de futuro para la juventud del presente, es necesario reaccionar, redefinir, repensar la evolución de nuestra sociedad, que se enfrenta en este siglo XXI a un gran retroceso de los derechos sociales conquistados en el siglo XX.

Las movilizaciones del 15M han sido un soplo de aire fresco y de exigencia de un cambio profundo en el sistema de valores imperante en nuestra sociedad, que debe ser muy tenido en cuenta, especialmente en el desapego de una importante parte de la población hacia la política y de sus mecanismos de funcionamiento.

CC OO sabe lo que es luchar por la democracia en nuestro país y en las empresas, y seguirá haciéndolo desde la organización del mayor número de trabajadores y trabajadoras, y confluyendo con otras organizaciones y movimientos sociales en defensa de otra salida de la crisis. Son tiempos difíciles y la solución no está a la vuelta de la esquina, por lo que habremos de seguir generando tejido social y conciencia crítica que permita que nuestro país afronte en mejores condiciones el futuro.