Revuelto está el patio con esto de las elecciones. Hasta he tenido que cambiar el contenido de un escrito de opinión para continuar comiendo lentejas.

Desde mi mas tierna infancia ya me trajeron problemas la palabra y la escritura cuando pasé por los capuchinos de Murcia. Más tarde, tras descubrir mi inclinación por escribir artículos de opinión, tuve que mutilarlos, sesgarlos y caparlos para que me los publicaran en los diarios del Movimiento y en El Palleter, revista militar que se editaba durante mi estancia forzosa en el cuartel de Lorca, y para no terminar en una trena del régimen anterior. Tiempo aquel en el que una opinión en libertad podía obtener el premio de una visita de los grises, excepto que criticaras al alcalde de la ciudad, por entonces Clemente García, único bastión al que el franquismo permitía que criticases, por aquello de aparentar una democracia inexistente. Escribí artículos de deporte que siempre me publicaron, pero no satisfacían mis ansias de expresar mis pensamientos sobre todo lo que me rodeaba. Las poesías fueron mi escaramuza para que no reventase la olla a presión de mi cabeza, y regué de ellas más campos que otros lo han hecho de trigo. Pero de nada sirvió. Aquel deseo de opinar seguía creciendo y creciendo dentro de mi mente. La democracia me trajo la oportunidad de sacar fuera lo que veía desde mi interior y plasmarlo en las líneas de un periódico para que volara hacia los ojos de mis conciudadanos. Sentí una enorme satisfacción cuando me publicaron un artículo en el que le decía al entonces alcalde de Murcia, que el culo le olía a chamuscao (como así fue).

Mis escritos, siempre criticones, fueron descafeinándose por sugerencias laborales durante algunos años, lo que me hizo amordazar tal afición, guardándola en el oscuro desván de mi casa. El tantán que te llama a jugar, como en la película Jumanji, fue la peor de las pesadillas. Hace no mucho tiempo, mi hijo me preguntó por la libertad de expresión. Me dijo si él podía decir y opinar sobre todas las cosas. Me eché a temblar, y más aún cuando el foco de sus críticas, presumiblemente, podía ser su entorno más directo: yo. Le expliqué que el derecho a la libertad de opinión estaba recogido y protegido por la Constitución, y que tenía algunos límites: no se puede opinar calumniando o injuriando (hablar mal de otros, para que me entendiese); que tal derecho de opinión es una de las bases de los derechos y libertades democráticas, y que sin él no podría funcionar nunca la democracia. Que todos los hombres y mujeres, niños incluidos, pueden ejercer ese derecho a la libertad de opinar y expresar sus ideas y pensamientos, bien de forma verbal o escrita, mientras respetase las reglas de juego. Y que era muy bueno hacerlo, casi una obligación. Le aclaré, hasta donde pude, que no es lo mismo la libertad de expresión que el derecho de información. Aproveché aquella ocasión de charla, padre e hijo, para enseñarle mis antiguos recortes de periódicos, especialmente del antiguo Línea: «¿Por qué no sigues escribiendo, papá?», fue su pregunta final. Me animé y así lo hice y lo estoy haciendo.

Pero mira por donde mis artículos están sentando mal a políticos de todas las ideologías, a sindicatos de unos y otros sectores, a representantes empresariales y camerales. Las sugerencias de «lleva cuidado», «se te ha ido el lápiz», «recuerda que estas concertado», «no hables de sanidad», «ojo con el partido (y no de fútbol)», «ya volveremos», «no sigas», etc., son mis compañeras actualmente. Me da la sensación de que estamos volviendo a esos tiempos en los que verter opiniones en los medios de comunicación que no deleiten los oídos ajenos se consideraba ´profesión de alto riesgo´.

Todos estos deberían de recordar que entre otras obligaciones tienen la de promover al máximo el derecho de la libertad de expresión de todos sus afiliados en particular y de los ciudadanos en general, por el enriquecimiento que aporta a la democracia y a la participación en la vida publica y social sin ejercer sobre ellas influencia alguna ni tomar represalias después. ¿Que ya lo hacen? Pues mira que me extraña, pero si ellos lo dicen, pues nada, que dejen de tocarle las razones a tal derecho por lo bajini. Ellos saben que la libertad de expresión es sinónimo de dolor de cabeza, y prefieren que no les duela. Y es que es mejor ´el silencio de los corderos´ que aspirinas de botiquín de cuartel.