Dicen que la ultima palabra de la última película de Stanley Kubrick es «follar». Al final de Eyes wide shut, después de un denso periplo de fantasías sexuales, sueños eróticos, celos y una cierta desolación, William Harford pregunta a su esposa: «Y ahora, ¿qué vamos a hacer?». Y la hermosa Alice responde con un solo vocablo, un infinitivo vulgarizado por el uso, pero profundamente incrustado en la historia de la humanidad: «follar». No se podía ser más sintético, ni más preciso tampoco, al terminar una historia tan perturbadora con un bisílabo tan complejo, a pesar de su aparente tosquedad.

De haberse rodado hoy, las fantasías de William y Alice habrían contado con la colaboración de Internet. En esta última década, el sexo, y por supuesto la pornografía, ha sido un reclamo muy importante para el colosal desarrollo del invento. El sexo ya no pesa tanto en el tráfico global de Red, aunque los de Apple practican una censura tontísima en sus aplicaciones de contactos para Iphone o Ipad. Tom Cruise, el doctor Harford en el film, habría visitado alguna web dedicada al ´mundo liberal´ o de intercambio de parejas. O quizás se habría adentrado en un chat ´bi-curious´, donde pululan heterosexuales que buscan un contacto homosexual más o menos episódico, y por lo general de limitados vuelos. Y su esposa Nicole Kidman, que también es su señora en el film, se habría exhibido por cam, desde su casa neoyorquina para todo el planeta, en tiempo real, como sucede con esa visitadísima página que es cam4.com. Web que les recomiendo, un síntoma de nuestro tiempo, aprovechando que Jesús ya resucitó y puede perdonar de nuevo, una y otra vez, es el chollo mayor del catolicismo, nuestros más reiterados pecados.

El sexo ´ciber´, el que solo sucede a través de la Red, es la gran aportación de Internet a los comportamientos sexuales del género humano en los últimos lustros. En esa sexualidad virtual y masiva, que define nuevos espacios de relación libres del VIH y de los avatares amorosos, la imaginación del doctor Harford hubiera alcanzado probablemente altas cumbres. Darle gusto al espíritu está al alcance de todos, y es de lo poco que sigue resultando gratis. Una buena misa dominical, con pobres que piden a la puerta, o una audición de Radio Clásica-RNE con algo de Gyorgy Ligeti, si uno ama a Kubrick en lugar de a Dios, pueden resolver la papeleta. La satisfacción de la carne suele resultar más laboriosa, pero ahí esta la pantalla de Internet, que no es exactamente un sucedáneo, el nescafé descafeinado del sexo, sino simplemente otra dimensión de lo mismo, si uno prefiere seguir en la onda virtual. Como alimentar el alma oyendo la santa misa a través de la pantalla de Intereconomía. Y si consideramos que el cuerpo se merece una alegría real, más contundente, la Red es también el lugar de contactos con más posibilidades del mundo. El espíritu y la carne se llevan a menudo fatal, pero de su armonía depende a veces que la tensión arterial no se

nos dispare. O que no nos pongamos nosotros mismos a disparar al personal.

Los placeres de la carne son más apetecibles que los del espíritu, pero suelen durar mucho menos, inconveniente que hay que salvar reincidiendo más en ellos. En tiempo de incertidumbre, la sexualidad se apunta también a la moda de lo fronterizo, y los estereotipos se abren a nuevas posibilidades: bisexuales que crecen como setas o matrimonios que consiguen sobrevivir a base de adulterios episódicos y consensuados. En sintonía con la complejidad del nuevo siglo, parece que los placeres del cuerpo se van complejizando más también, y que las fantasías sexuales ocupan cada vez mayor espacio, en la vida real o en la virtual, o en las dos. La sexualidad sumergida ya no corresponde exclusivamente a la condición homosexual, que ha dejado de ser la vanguardia del asunto. Los heteros y las heteras, en cambio, están haciendo muchos méritos, rompiendo los viejos esquemas.

Como dice un amigo bisexual, nada mola más que tener un novio con novia, o una novia con novio. Por un azar de la naturaleza, que le puso un infarto en el camino, Kubrick coronó su obra con el más planetario de los infinitivos. La pareja protagonista , Tom y Nicole, se separaron año y medio después del estreno. Como si el conflicto del film se hubiera entrometido en sus vidas. Igual es que sus fantasías resultaban incompatibles. O quizás sucedió que se parecían demasiado…