Todo viene del intento de una aristocracia educativa en el seno escolar. Se trata de separar en centros de IES al alumnado que saca una nota media alta y dejarán de convivir en los centros con otros estudiantes que no alcanza el 8 en las evaluaciones.

El sistema educativo norteamericano y el israelita iniciaron, sin informes pedagógicos que demostraran la positiva necesidad de este modelo de modo general en las aulas, un nuevo tipo de segregacionismo estudiantil hace años, y a él se incorporaron países como Reunido Unido, Francia y algunas regiones alemanas.

Los avisos de la derecha española de lo que se viene conociendo como ´programa oculto´ cada día resultan más elitistas en lo que tiene relación con servicios públicos, como es el caso de la educación. Y lo toma, no en el sentido de procurar programas de desarrollo para el mejor alumnado (lo mismo que existen programas para el de evidentes retardos escolares con la finalidad de fomentar el progreso de alumnos especiales), sino en el de la separación programática y física.

La anunciada excelencia escolar arrancaría en bachillerato. En este sentido, la Comunidad Autónoma de Madrid anuncia la excelencia con los mejores alumnos, que no es fórmula, sino desintegración de un sistema educativo solidario y justo reconocido en la Constitución, cambiándolo por el determinismo elitista de un profesorado, también específico, que formará a estos alumnos sobresalientes.

Si esta meritocracia, más propia del ámbito competitivo universitario generador de proyectos de I+D+i, o de lo que se conoce como programas y campus de excelencia, que tienen la intención de aunar esfuerzos investigadores para la consecución de los fines propios de la Universidad, o al menos de una parte de ellos, llegará también, de la mano de una derecha insolidaria a la vida escolar no universitaria que nos alejará de la idea de una educación integradora sobre el espacio donde se produce el hecho académico y, sobre todo, de una discriminación impropia de un Estado democrático.

No nos estamos refiriendo a proyectos que tienen la finalidad de formar a un alumnado en la enseñanza de un idioma moderno o en experiencias que puedan ser de interés para futuros planes de convergencia educativa y de futuro convivencial donde se integren alumnos y alumnas de distintos niveles de rendimiento académico, como son las aulas de acogida para inmigrantes cuya lengua materna no es la de la comunidad de acogida, ni que se hagan pensando en esos programas de desarrollo o refuerzo a los que antes me refería, sino a un sistema de enseñanza excluyente y de ruptura con la integración.

Por el contrario, a estas ideas separatistas por razón de notas, se debería apostar enérgicamente por una escuela inclusiva (en el sentido genérico-académico) y, por lo tanto, con medidas de protección a la igualdad desde los derechos humanos y constitucionales. Pero nunca un sistema público debiera generar prejuicios y perjuicios colectivos por favorecer la meritocracia escolar. Porque un sistema público escolar debe quedar ajeno a la segregación académica o, no nos equivoquemos, se estará fomentando, poco a poco y aunque ahora se empiece por la etapa de bachillerato, un modelo elitista desde el mal principio de la desigualdad de los seres humanos que, por razón de sus cualidades, sean distintos.

Es por esto que, frente a la derecha política y al modelo de principios estructurado por el capitalismo liberal, debemos estar atentos y hacer frente a proyectos que contengan factores intelectuales, sociales o económicos de falsificaciones de la enseñanza que estimule conceptos de excelencia no correspondientes con el objeto social de la enseñanza no universitaria.