Escribió un viejo maestro (Jean-Louis Servan Schreiber) que antes, cuando ocurría una gran noticia, las gentes salían a la calle a comprar el periódico, mientras que «ahora se encierran en casa para verlo por televisión». Servan escribió esto a principios de los años setenta (Le pouvoir d'informer, 1972). Dos décadas más tarde, la primera guerra del Golfo puso las cosas en su sitio: las gentes vieron en la televisión el simulacro de videojuego que mostraba la CNN, pero luego seguido salieron a la calle para comprar los periódicos que les ofrecían tanto el qué como el porqué y, además, unos gráficos maravillosos. Había, pues, espacio para ambos medios. Otras dos décadas más tarde, cuando ocurre una gran noticia abandonamos el televisor por el ordenador conectado a la red, por donde van llegando mil detalles y un millón de opiniones. Cuando los egipcios ocuparon la plaza Tahrir, muchos utilizamos Internet no solo para leer avances de noticias, sino para ver la emisión de Al Yazera, que mostraba la emocionante concentración en incansable directo. Y, como hace veinte y cuarenta años, luego salimos a la calle a comprar el periódico, para entender el porqué de las cosas. Mientras tanto, los más fogosos twitteaban (¿piaban?) sin pausa.

Pero ¿qué ocurre cuando una catástrofe como la japonesa se abate sobre nosotros? Cuando todo tiembla únicamente lo más sólido aguanta en pie. Y en Japón ha resultado ser el veterano periódico de papel. Las crónicas nos han contado que en plena catástrofe la prensa local ha seguido siendo el punto de referencia en las zonas más afectadas por el tsunami. Es el caso de Kahoku Shimpo, el veterano (114 años) diario de Sendai, que no ha dejado de salir a la calle a pesar de los pesares, y que los atribulados ciudadanos devoran con pasión. Comparten los ejemplares e incluso los cuelgan desplegados en los escaparates de las tiendas. En pleno apagón, sin electricidad en las casas ni carburante en las gasolineras, con la red de telefonía móvil dañada, el periódico vuelve a ser el rey, y las fotos que nos llegan muestran a los refugiados en los pabellones, o a los damnificados en las colas, leyendo esos periódicos. Pero los testigos cuentan que hay algo más: está la credibilidad de la prensa local, acreditada por décadas de información que solo puede ser veraz porque la realidad de contraste está a la vista. En cambio, los medios nacionales arrastran consigo la desconfianza hacia el Gobierno y hacia las verdades oficiales que nadie cree, porque los japoneses son gregarios y disciplinados, pero no tontos.

No es que los nipones hayan redescubierto la prensa al agotarse la batería del los smartphones. En el conjunto nacional, el líder en ventas, Yomiuri Shimbun, difunde más de un millón de ejemplares y el segundo, Asahi Shimbun, 0,8 millones. En Sendai, el Kahoku Shimpo imprime medio millón y tiene 1,5 millones de lectores en una prefectura de 2,5 millones de habitantes. Ya era el rey de la comunicación local antes del desastre, y ha estado a la altura de las circunstancias. La prensa escrita e impresa, la que huele a tinta, es referencia en caso de catástrofe a condición de que lo fuera con anterioridad.

Por cierto: las noticias sobre el ejemplar protagonismo del Kahoku Shimpo y de otros periódicos locales han llegado hasta nosotros a través de las redes sociales. A cada uno lo suyo.