Eran dos mujeres, es posible que madre e hija, la mayor se subía a un coche, la más joven caminaba hacia el interior del aeropuerto de El Prat. Me crucé con ella y casi me arrolla cuando se volvió presa de una urgencia inaplazable. «¡Espera, espera! —le gritó a la otra—. ¿Habéis decidido por fin adónde vais de vacaciones? Yo os aconsejo Croacia, Petra o Senegal, mirad a ver las tres opciones». Me quedé más tieso que don Tancredo: ¿Croacia, Petra o Senegal? ¿Qué tienen que ver entre sí Croacia, Petra y Senegal? ¿Cuál es la línea trazada, para mí invisible, que alienta la duda sobre si largarse a un país turístico del Adriático, a unas ruinas jordanas o a la inquietante costa atlántica de África? Son tres lugares que se asemejan como un huevo a una castaña, como un puerco espín a una libélula, como una vaca a un buzón de correos, qué sé yo. Hasta que di con ello: Croacia, Petra y Senegal son tres sitios de moda donde «turistear». ¿Y qué significa «turistear», verbo de mi invención que me muestro dispuesto a vender a la RAE por un módico precio? Nada más sencillo: si llamamos «hacer turismo» a viajar por placer, «turistear» sería viajar por obligación social.

Si encuentro un socio capitalista, monto una agencia de turisteo, ténganlo por seguro. Nos íbamos a forrar. Hoy todo es representación, teatro, exhibicionismo, espectáculo: aprovechémoslo. No al turista ni al viajero. Nuestro nicho de negocio (qué expresión, Virgen Santa) serían los clientes que se vean en la necesidad de viajar porque así lo hacen sus vecinos, sus compañeros de trabajo o paro, sus familiares. No por el placer del viaje, no por el sol ni la montaña: viajar para decir luego que se ha viajado, segunda acepción que propongo para «turistear». Se trataría de buscar unos cuantos enclaves en el mapa, venderlos como lo más cool, como lo great a tope, como lo más fashion que imaginarse pueda. Ya veo los carteles: «Ven a las noches de Bandundu», «Oropouche te espera», «El embrujo de Marangas», «Tú, yo y Brokopondo». Lo de llevarlos hasta donde quiera que estén esos destinos (como los llaman las agencias) y mantenerlos allí es lo de menos: a quien turistea se le convence de que es una rica tradición del país la incomodidad o imposibilidad del transporte; étnica, la diarreica comida, si la hubiere; ecológicos, los insectos o pernoctar a –20º o a 40º; medioambientalismo sostenido, los agujeros donde dormir. Con que piquen unos cuantos, ya está armada. El resto será correr la voz: «Pero cómo que te vas a Florencia, qué ordinariez. Yo estuve en Bandundu y menuda mandanga»; «¿Que sales para Viena? ¡Qué antiguo eres! Nosotros hicimos piragua con cocodrilos en Brokopondo y es que te cagas». Y así sucesivamente.

De este modo, pienso conseguir dos objetivos: el primero, forrarme con la agencia gracias a la insensatez de la gente, para la que cualquier novedad es buena por ser novedad; el segundo, ganar espacio cuando quiera yo mismo irme de viaje a Croacia, Petra o Senegal, y no toparme allí con quienes ni distinguen a Croacia, Petra o Senegal de, pongamos por caso, un culo de témporas.