Está claro que el tabaco mata. Su consumo —según la Organización Mundial de la Salud, OMS— es la primera causa de invalidez y muerte prematura en el mundo y está directamente relacionado con la aparición de 29 enfermedades, de las cuales diez son diferentes tipos de cáncer. El tabaco envejece la piel, baja la calidad del esperma en los hombres, causa graves desarreglos digestivos, empobrece la capacidad pulmonar y así hasta el infinito; en resumen: el tabaco causa casi tantos trastornos como los políticos.

Soy fumador, y, por tanto, culpable de todo aquello que los políticos y la sociedad en su conjunto quieran imputarme. Es más, considero justo que me persigan, que me pongan una estrella de seis puntas amarilla en el pecho, que me marginen en un rincón, que me denuncien, que me señalen por la calle con el dedo, porque en esta vida —e incluso en la otra— no hay nada peor que un asqueroso fumador. Ni siquiera los terroristas, violadores y asesinos que los jueces dejan a diario en la calle son tan peligrosos, los cuales, por cierto, no sufren ni la más mínima persecución, porque en este país nos encanta integrar a todo el mundo a menos que lleven un pitillo en la boca.

Posiblemente, si atendiésemos a razones de salud, lo que debería haber hecho el Gobierno es prohibir directamente la venta de tabaco y planificar ayudas sanitarias para los fumadores. Pero, claro, gracias al consumo del tabaco y al aumento de los tributos especiales de este producto, el Gobierno ingresará anualmente unos ochocientos millones de euros, que está bastante bien. Incluso la propia Elena Salgado en una rueda de prensa afirmó sin rubor que la medida de la subida de los impuestos del tabaco se había tomado para contrarrestar la pérdida de ingresos derivada de la rebaja de la fiscalidad sobre las pymes. Esto quiere decir que al Gobierno no le preocupa tanto la salud de sus ciudadanos —como quiere hacernos creer— sino las perras que pueden ganar gracias a su consumo. Pero aún hay más. Si yo abriese un restaurante y sirviese una chuleta de cerdo con amoniaco, arsénico, alquitrán y cianuro de hidrógeno, posiblemente las autoridades sanitarias vendrían a mi encuentro y me cortarían las partes pudendas.

Pues eso es precisamente lo que a diario inhalan millones de personas en el mundo sin que los Gobiernos de turno hagan nada por remediarlo. Y es que el principal problema del tabaco son los más de 4.000 componentes que le echan, la mayor parte de ellos no revelados por la industria tabaquera. Es decir; mientras los alimentos deben llevar una lista de ingredientes; la ropa, etiquetas de composición; los aparatos eléctricos, estar homologados, el tabaco no está sometido a ningún tipo de regulación por parte de los Gobiernos. Y es ahí donde está el delito, y no solo de quienes le echan esas sustancias ´venenosas´, sino de quienes no regulan dicha composición.

El tabaco causa la muerte de millones de personas y genera un gasto tremendo a la Seguridad Social. Lo mismo que la bollería en manos de los obesos, un coche en manos de un joven drogata, los puños de los maltratadores, el alcohol en la gente irresponsable, los penes de los violadores, los banqueros en la economía mundial, los tránsfugas en los partidos políticos o los listillos que se dan de baja en las empresas. O, mejor aún, lo mismo que las armas que vende nuestro Gobierno a países que violan los derechos humanos.

El tabaco mata, claro que sí, pero, Pajín y compañía, cuidado con las demonizaciones y con las lecciones de moral, porque algunos tienen mucho que callar.